A Nicolás Lipthay lo conocemos hace tiempo. Es uno de los arquitectos sub 35 más reconocidos de nuestro país y varias veces hemos escrito sobre sus proyectos y su trayectoria. Por lo mismo, cuando supimos de su casa en Tunquén no tuvimos dudas que le haríamos un reportaje.
Ubicada a una hora y media de Santiago, encima de las rocas y el mar, es una construcción que se confunde entre el paisaje, con una espectacular vista a la bahía y que da la sensación de estar en lo más remoto del planeta. “Esta casa es un fiel reflejo de mi familia y de nuestro proyecto de vida. Es la primera construcción que hago para nosotros, donde buscamos la simpleza sin diseños sofisticados ni parafernalias arquitectónicas”, dice Nicolás.
Casado hace nueve años con la periodista Renée Didier, este lugar es el resultado de la combinación perfecta con lo mejor de los dos. Esa capacidad única de ella para hacer de lo simple algo lindo, práctico y distinto, sumado al ojo y la experiencia estética de Nicolás.
Tal como cuentan, la historia de esta casa partió hace unos tres años, cuando veraneando en Cachagua se entusiasmaron con la idea de tener algo propio donde llegar en cualquier minuto del año. Pero, exigentes como son, sabían que la tarea no sería fácil. Primero, porque tenían tres requerimientos que no tranzaban –debía estar en primera línea, tener carácter y quedar cerca de Santiago– y, segundo, porque la oferta no era demasiada. Después de conocer y revisar diferentes alternativas y terrenos en las playas de la zona, llegaron a Tunquén. Ahí cayeron en las milagrosas manos de la señora Ana, la corredora de propiedades del sector, quien les mostró este terreno sin imaginarse que lo comprarían casi sin pensarlo. “Quedamos maravillados con el lugar y con lo imponente que es. Cuando llegamos a la punta de las rocas y vimos el mar y la naturaleza, supimos que aquí nos quedábamos”, cuenta Renée.
Como era de esperar, el diseño y la proyección los hizo Nicolás, esta vez con la ayuda de los constructores Bernard Noel y Carlos Curumilla. Uno de los grandes desafíos fue la instalación de los servicios básicos, porque a diferencia de otros balnearios, en Tunquén no hay electricidad ni agua potable. Fue así que pusieron paneles solares para poder tener luz e hicieron un pozo en el jardín para la red de agua. “Al final esta casa resultó ser un refugio totalmente desconectado del mundo. Dejamos el hervidor eléctrico y el microondas en Santiago y volvimos al pasado, a disfrutar de los rituales de antes, de esperar que hierva el agua en la tetera y de usar el tostador convencional para el pan”, dice Renée.
Son doscientos metros cuadrados distribuidos en un solo nivel, levantados con hormigón pintado y vigas laminadas de eucalipto, con una terraza de cara al mar, cuatro dormitorios y un gran espacio común que incluye living, comedor y la cocina. “Queríamos algo que durara en el tiempo, que nos acompañara y no se deteriorara. Que fuera fácil de leer y de mantener, sin pasillos y que tuviera la gracia de crecer y achicarse gracias a un ambiente central donde se desarrolle toda la actividad diaria, permitiendo que funcione con y sin niños”, explica Nicolás. Además, debido al exceso de viento típico del sector, idearon dos patios traseros que permiten estar afuera sin dejar de disfrutar de las vistas. En uno instalaron una parrilla y un comedor para los asados, y en el otro pusieron arena para que sus hijos, Juan –3 años y medio– y Blanca –9 meses–, se sientan como en la playa.
La decoración también fue un trabajo de los dos. “Durante todo el año que tomó la construcción de la casa nos preocupamos de elegir cada una de las cosas que serían parte de la decoración. Aprovechamos algunos viajes para comprar accesorios, cojines, fuentecitas, mantas y diferentes objetos, y los fuimos guardando en el clóset de nuestra casa de Santiago. Al final se transformó en un verdadero almacencillo muy entretenido”, cuenta Renée. Para los muebles, optaron por lo práctico y cero estirado. Todo tiene la misma línea, por ejemplo, la mesa del comedor es igual a la de centro, pero más grande, y la cama matrimonial es igual a la de los niños en otra versión. “Lo que más nos gusta es que logramos una decoración bien enlazada, armoniosa, con una mezcla de cosas buenas, pero sencillas, es nuestro gusto pero dentro de un mundo práctico”, dice Nicolás.
En Tunquén pareciera que el tiempo transcurre más lento. Es así como el día se construye de una sucesión de tranquilas actividades cotidianas, desde cocinar hasta prender la chimenea. Estar en familia fue el motivo principal para crear un gran espacio común en el centro de la casa. Ahí, la cocina cobra el protagonismo con el que fue concebida, y no hay apuro para levantarse de los grandes cojines donde se instalan a mirar el mar y los pájaros, e incluso delfines y ballenas. Además, aprovechan de disfrutar al máximo con los niños, tanto adentro como afuera de la casa. «Salimos harto a caminar. A Juan le gusta hacer visitas de obra a las casas vecinas, y buscar madrigueras de cururos», dice Renée. “Esta casa es un destino. El solo hecho de estar en ella es una experiencia especial. Es un mirador de la naturaleza, un lugar íntimo donde se vive el presente”, concluyen.