Cuando el arquitecto Federico Elton habla de su jardín en el lago Ranco la cara se le ilumina. No hay detalle que se le escape, sabe perfectamente que las azaleas himalayas están en su peak el 1 de noviembre y que los primeros colores que florecen son los rojos. Sin embargo, reconoce que cada primavera trae un nuevo descubrimiento: “Es fascinante, hay variedades de rododendros que empiezan a florecer a los 20 años y hay otras que lo hacen a los 10”. En esta época le gusta estar ahí para poder disfrutar del espectáculo…
Esta pasión por las flores tiene un poco de la herencia de su padre y de los recuerdos de sus años en París, cuando paseaba junto a su señora, Solange, y su hija por jardines rodeados de azaleas y rododendros. Soñaba con tener un parque lleno de estas plantas en el sur de Chile, y lo logró. Compró, hace casi 30 años, un terreno de cuatro hectáreas en la península de Illahuapi –en mapudungún, “casi isla”–, a orillas del lago Ranco y con un bosque nativo de cipreses cordilleranos, boldos y arrayanes. No había caminos, luz ni agua, pero la tierra era buena para plantar.
Construyó ahí su segunda casa y lo que es hoy su refugio. Trata de escaparse para allá todos los meses, “me he transformado en sureño”. Se ríe cuando recuerda la odisea que significó la construcción: todos los materiales eran transportados por agua y acarreados en yuntas de bueyes; los maestros no sabían leer planos ni trabajar con otra cosa que no fuera madera, “me tenían el sobrenombre de Zorba el griego”, dice. La casa se hizo sobre un escalón natural –con una roca vertical, una explanada de ocho metros y un corte brusco hacia el lago–. Los muros son de tejuela de alerce y todo está hecho de madera. “Yo nunca he trabajado con estilos, mi arquitectura se adapta al lugar, al terreno, a la geografía, a todo lo que la rodea…”.
Ahí, la vida pasa entre la pintura y la jardinería. La casa está compuesta por un gran espacio común –con el living, la cocina y el comedor integrados–, dos dormitorios independientes y un taller. Está decorada de manera sencilla, con lo justo y necesario. Todos los muebles son de madera, al igual que los adornos de barquitos que están dispuestos por ahí. Lo que no puede faltar son los arreglos de flores sobre las mesas y los cuadros hechos por él. Los enormes ventanales permiten disfrutar, en primera fila, la vista al lago, como si estuvieran flotando sobre él, además de aprovechar al máximo la luz del día en el taller.
Durante sus sagradas caminatas diarias, Federico analiza cada detalle de su jardín. Conoce los olores, las formas y los tiempos de floración de cada planta. Tiene más de 300 variedades de rododendros, azaleas y camelias de todos los colores, con diferentes texturas, hojas y flores; muchas de estas especies son únicas en Chile. Con la ayuda de Benedicto Millahuanqui –con quien comparte la misma fascinación–, plantan las semillas en un invernadero, luego traspasan la planta a un vivero protegido al aire libre y finalmente al parque, bajo los árboles nativos o en medio de las praderas. Este proceso puede tardar hasta 8 años en el caso de las azaleas, y 20 en el de los rododendros. Con la misma paciencia y dedicación con la que construye una casa o pinta un cuadro, él decora la naturaleza con manchones de flores de todos los colores. Una verdadera obra de arte natural…