Fuera del departamento, una placa de bronce tiene tallado “Benjamín García-Huidobro”; primero en caracteres tailandeses, después en español. No hay números, sólo el nombre de su dueño. Las expectativas son altas. Uno espera que la casa de alguien que viaja hace 23 años por el mundo buscando objetos de decoración, que conoce 72 países, y que es famoso por su buen gusto sea como la cueva de Alí Babá, llena de tesoros de los cinco continentes.
Cuando Benjamín abre la puerta, la imagen es otra. Un espacio abierto de unos 60 metros cuadrados, con un parquet pintado de negro que hace que los pocos objetos que hay resalten: una mesa con sillas chinas, dos grandes sillones, un buda y una vista en 180 grados a la cordillera. El mensaje es evidente: desapego, una palabra que este “creativo” usa varias veces durante la entrevista. “Si trajera todo lo que me gusta de cada país al que viajo, necesitaría una casa de cuatro pisos. Pero no me interesa, soy desapegado a las cosas, al final me aburro de todo”, dice. Lo poco que tiene son objetos que realmente lo han inspirado, que compró hace tiempo y que le evocan escenarios de películas, como la casita de ánimas tailandesa, una lámpara china tallada a mano o el buda que él mismo cubrió de laminas de oro.
La cabeza de Benjamín está llena de imágenes. Estudió Comunicación Visual, Fotografía y Paisajismo y tiene un don para imaginar escenarios y hacerlos realidad. Como comprador busca cosas que generen un impacto, que tengan algo teatral. “Me imagino escenarios de películas y las invento a través de los objetos: quiénes son los personajes, cómo está puesta la mesa, cómo es la pieza de los protagonistas, nada de lo que compro es porque sí”. Su técnica le ha dado buenísimos resultados: además de haber sido el primero en traer artesanías de otros países a las grandes tiendas con los Evento País, ahora es Director de Arte y Estilo de la división Home de Falabella. “Necesito estar entretenido, si no, me aburro. Tengo que comprar con pasión, las cosas me tienen que excitar, aunque suene monillento”.
Para decorar su departamento pensó en lo que le gustó de diferentes lugares en los que había estado: la pieza de un hotel, la iluminación de una tienda, los muebles de un restorán, y los recreó. El living lo imaginó para la noche: un parquet negro que vio en la casa de un amigo para generar contraste y sofás copiados de Christian Liaigre para que las visitas se relajen. Pero se ríe de sí mismo porque reconoce que le carga tener invitados y atender. “Soy un pésimo anfitrión”, afirma. “Me canso, tengo una tercera edad metida adentro. No hay nada que me guste más que me regaloneen, estar en cama hasta tarde…”
Su dormitorio es lejos el espacio que más usa, si va gente a almorzar prefiere instalarse con bandejas arriba de la cama, le gusta que sea íntimo, informal. La inspiración para su pieza la sacó de un hotel donde alojó: muros grises, guardapolvos de granito negro, un respaldo de laurel español para la cama y unas persianas que dejan entrar una luz pareja que genera una atmósfera cálida. Es una pieza cómoda y con lo justo, donde además de lo básico hay un mueblecito para el rito del té y un altar con figuras cristianas y un buda que escandaliza a su mamá cada vez que va.
Cuando abre su velador queda clara la manera cómo funciona la cabeza de este comprador: saca una llave de agua de bronce y dice: “La traje de los baños turcos, la tengo hace 15 años, y quiero hacer una pileta con agua que corra todo el tiempo”. Luego mete otra vez la mano al cajón y extrae un pedazo de género: “Ésta es una cortina japonesa, voy a hacer una ventana con estas medidas para poder usarla”. Después saca dos manillas chinas y describe una enorme puerta de madera… Cada una de las cosas que hay en su casa tiene una razón de ser o están esperando el momento para tener su escenografía.
Mañana parte a China, Vietnam e India por dos semanas. Vuelve, está cinco días y se va otra vez, por un mes. No puede estar sin viajar, no dura más de dos semanas en Santiago. Lo que más le gusta de los viajes es comer y hacerse masajes, y dice que siempre trata de experimentar algo nuevo, algo propio del país, más allá de lo visual. Si va a Portugal toma clases de degustaciones de oporto; si va a Tailandia aprende a cocinar; y ahora, en un próximo viaje que hará a Japón, partirá con una huincha de medir para aprender de su arquitectura y replicarla en una casa que quiere hacerse en Aguas Claras. “Finalmente la vida es como un álbum de fotografías”, dice, “uno saca muchas fotos, y después ese álbum queda en un cajón. La vida es ahora, sólo tiene sentido ser generoso en los afectos, no apegarse a nada y ser uno mismo”.