En medio de un bosque de robles, arrayanes y coihues, a la orilla del lago Panguipulli, el arquitecto Sebastián Browne –socio de AB Estudio junto a Javier Alcalde– construyó una casa que no se encoge frente a la naturaleza que la rodea. De fondo el volcán Mocho-Choshuenco es un espectador lejano y desde atrás, un campo donde crían novillos envuelve a este gran refugio de verano.
Los dueños del lugar le habían pedido al arquitecto levantar un quincho y un refugio unidos en un solo espacio que sirviera como punto de encuentro para las reuniones familiares. La idea partió porque los dueños vendieron su casa en Santiago y quisieron rescatar sus materiales. En su homenaje, le pidieron al arquitecto que aprovechara algunas partes de ella. Así, partieron al sur con vigas y pilares, revestimientos, marcos de ventanas y puertas, todas de alerce o roble.
A primera vista, la irregularidad de la estructura llama la atención. Es una de las partes más entretenidas del proyecto. Imitando a un volcán de la zona, Sebastián proyectó en uno de los extremos de la casa un fogón que libera su humo por el techo cónico de nueve metros de altura. Es una de las cosas que más le gusta. Eso y la forma en cómo el paisaje se funde en el interior de la casa-quincho. El arquitecto no cortó ningún árbol para construirla. Las vigas de la antigua casa se transformaron en los pilares de la nueva y el largo lo definió la extensión de los ventanales. Así Sebastián y su equipo no construyeron muros en ninguna de las vistas panorámicas.
Hay ventanales perimetrales en todas las orientaciones, excepto una, el frente sur, que quedó cerrado para poner una zona semioculta de baños y cocina.
El quincho ocupa un tercio de la superficie de 187 metros cuadrados de la casa, que le saca partido a su altura: en el altillo hay una cama matrimonial y un baño, es el lugar perfecto para dormir siesta después de un asado. En el primer piso, hay una sala de estar y un comedor, además de cuatro camas en hilera que funcionan como sofás. La mesa del comedor, que se extiende hasta el quincho, la construyeron con las puertas de la antigua casa en Santiago. Esa es otra de las gracias: casi todos los muebles están hechos en obra por carpinteros locales. Incluso la chimenea, las rejillas para poner las ollas en la cocina y el sistema de iluminación fueron diseñados por el estudio de arquitectos. La decoración es simple, bien minimalista, porque la idea era darle prioridad a los materiales –el revestimiento exterior es de tejuelas de alerce y por dentro hay pino y otras variedades de maderas– y al paisaje.
El verano pasado fue el primero en que los dueños de casa junto a sus seis hijos, primos y amigos, disfrutaron del lugar. Por las tardes bajaban a la playa y andaban en bote. Eso sin dejar de lado los asados en la gran parrilla uruguaya, o alguna preparación en el horno de barro para más tarde meterse en la cuba a mirar las estrellas.
Este 18 de septiembre también lo pasarán allá y están ansiosos; en este lugar encontraron el espacio para descansar y disfrutar la naturaleza en familia. El pique es largo, pero vale la pena.