Llevamos un poco más de dos años intentando fotografiar la nueva casa del ebanista Cristián Donoso. Es que desde el minuto en que supimos que se cambiaba a un nuevo lugar, teníamos la certeza de que sería de aquellas que pedían a gritos estar en las páginas de una edición especial, por supuesto, la de aniversario. Detrás de estos muros –inicialmente de hormigón a la vista– está el ojo experto y su expertise. ¡Y cómo se nota!
Cristián nos contaba, mientras nos hacía el recorrido de rigor, que no sabía “si era una casa para revistas, más bien es simpática”. Recalcaba una y otra vez que faltaba tal o cual cosa. “Supongo que uno siempre encuentra un desastre su casa. Los parámetros y las expectativas son muy altas. Cuando me toca decorarla me complico como cualquier otra persona. Lo mío son los muebles, no la decoración”, dice.
Con él nada es común: ni su profesión, ni sus gustos ni su misma vida que lo ha llevado en una especie de camino de trotamundos, lo que lo tuvo 15 años fuera de Chile y recién los últimos siete de vuelta en el país. ¡Hasta su tienda está fuera del circuito! Por supuesto su nueva casa no podía ser la excepción a esta regla. El cambio no estaba ligado a la búsqueda de un lugar más grande, lo que suele suceder para la mayoría de las familias chilenas. Cristián no quería algo tan espacioso ni tan frío como era su antigua casa en el Cerro San Luis, sino todo lo contrario; un lugar acogedor y contenedor. Le gusta ir contra la corriente. Es una casa departamento, muy a la medida de una familia pequeña como la suya. Vive junto a su mujer, la diseñadora de joyas Victoria Oddo (o Kuki, para los más amigos), Emilia, su única hija –de 12 años de edad–, y Cirilo, su mascota, un Westy. “Yo opto por lo práctico y manejable. Una casa hecha para vivir, no para recibir gente. Me gusta la cosa más chica”, puntualiza.
“En esta casa nos atrevimos a ser más osados”, dice. Como los espacios no eran grandes y contaba con una buena altura, optaron por una con acento british. Las townhouse fueron su leitmotiv para esta nueva aventura, esas construcciones adosadas tan típicas del siglo XVIII y de pedigrí aristocrático, de ambientes recargados y en las cuales el exceso de información visual las hacen sumamente encantadoras. Se salieron del corte neutral y minimalista de la casa. Cristián se dedicó a lo macro y a los muebles, y la Kuki, a ese toque femenino que está en los detalles y en los arreglos florales, todos hechos por ella. Los muros se llenaron de color. Se pintaron a rayas y se instalaron papeles murales floreados, y se enfrentaron a paños totalmente negros para dar mayor profundidad y un efecto más teatral. El resto fue disponer piezas icónicas en sus diferentes espacios.
Casi la totalidad de los muebles están hechos por él. Si hay un ebanista en casa, obviamente debía haber un desfile de alto vuelo en cuanto a mobiliario de estilo. El oficio que aprendió en Ecuador no podía pasar inadvertido. “Las piezas buenas tienen historia y se juntan con el tiempo. Todos los muebles y objetos que están en mi casa tienen un valor sentimental”, sostiene.
Son ciertos íconos, las primeras piezas que hizo o los que atesora porque traen aparejado algún recuerdo especial. Un ejemplo de ello es la primera obra de arte que compró con su primer sueldo cuando recién salía del colegio, o tal vez la mesa de comedor, con toda esa mágica añoranza de los almuerzos dominicales y las largas sobremesas, a los que iba sagradamente como otro miembro más de la familia (sin serlo)… Esto es algo que repite en su casa. La cocina es el punto de encuentro familiar, porque todos son buenos para cocinar, y los dulces, su placer culpable y el epítome de esta nueva aventura. ¿Para qué una casa más grande?