Pocas veces nos encontramos con casas tan potentes como ésta. Empinada en la cima de una roca, con una vista privilegiada al mar, es una construcción con una personalidad fuerte. El responsable de esto es el arquitecto Santiago Cummins, quien eligió la piedra como el material principal, logrando que la casa se mezcle con el entorno. “Mi inspiración fueron las construcciones de la costa de Italia, de fuertes pendientes sobre el Mediterráneo, donde aparecen volúmenes con carácter y hermosas balaustradas”, cuenta.
Entre esta arquitectura más clásica, llama la atención la puerta principal, pintada de un amarillo fuerte… una tímida sinopsis de lo que pasa en el interior, donde no hubo temor a correr riesgos. Fiel a su personalidad y estilo, la decoradora Caterina Baselli armó esta casa con mucho color, combinando muebles antiguos con otros nuevos, materiales tan distintos como el terciopelo y el lino, logrando una mezcla completamente original.
Tras pasar la puerta de entrada se llega a un pequeño balcón que mira hacia el volumen principal de la casa, un espacio de doble altura que acoge al living, comedor y una salita completamente incorporada. Inmediatamente la vista se va al techo, que fue pintado con franjas de colores vivos. En el piso, las baldosas Córdova en forma de damero en blanco y negro le dan un toque más clásico, igual que las cortinas de terciopelo rojo que visten los grandes ventanales. Es casi como estar en la escenografía de una ópera italiana.
En el living, Caterina armó un ambiente más formal, con grandes sofás de terciopelo morado y unos pequeños sillones amarillos, que por detrás están tapizados con telas bordadas antiguas. La mesa del comedor la cortaron por la mitad, para darle más movilidad. Así, los dueños de casa pueden armar y desarmar el espacio, ideal para cuando van solos o tienen invitados. Al otro lado de este gran espacio, la decoradora armó un bar y un family room abierto, mucho más relajado, perfecto para ver una buena película en esos días en que la playa desaparece entre la bruma.
Para las piezas, Baselli ideó un plan simple y distinto: todas tienen cubreplumones rayados, pero va cambiando el color. Hay una con franjas azules y blancas y toques de amarillo, otra con blanco y verde, blanco y calipso, y así… También se preocupó de agregar detalles hechos por ella, que ayudan a crear este carácter único, que sale del molde. Las lámparas de mimbre las pintó de acuerdo al color de cada pieza y para la salita armó una mesa con un tronco al que le puso unas ruedas rojas. Y aunque la decoración es impactante, la terraza –“con vistas dominantes al ensordecedor Pacífico”, como dice Cummins– es finalmente la gran protagonista. Es imposible quedar indiferente ante esta vista y dan ganas de quedarse ahí, en alguno de los rincones, disfrutando del verano eternamente.