Margarita Morales viaja a París por lo menos tres veces al año. Allá se dedica a aplanar calles y a recorrer ferias de anticuarios en búsqueda de objetos antiguos. Explora hasta los rincones más escondidos y se topa con un montón de cosas, desde libros, hasta cristalería fina, pasando por cuchillerías Christofle, cristales San Luis, linos y ropa usada. Tiene un ojo impresionante para encontrar viejas reliquias o piezas de arte europeas de los siglos XVIII al XX, pero se ha especializado en una época concreta: es experta en los objetos de estilo gustaviano, el estilo precursor del nórdico (muy de moda hoy), que nació del Rey Gustavo III de Suecia, un famoso monarca reconocido por su afinidad a las artes y el pensamiento francés ilustrado.
Margarita trabaja hace 16 años decorando y renovando casas. Desde París nos cuenta que todo lo que encuentra en mercados y anticuarios lo manda en un container a Chile para su tienda Orgánica. Además tiene Merci, otra tienda de decoración (más juvenil) junto a su hija mayor, la arquitecta Francisca Godoy. Su trabajo, dice, es como montar museos y su casa en Lo Curro lo comprueba. Llena de luz, al cruzar la puerta de entrada, se siente paz y tranquilidad, las mismas sensaciones que uno tiene en galerías o centros de arte. Es un espacio iluminado y bien cuidado con una vista espectacular de Santiago.
El entorno es activo, cambia con cada estación del año. “El arquitecto que proyectó esta casa fue un genio”, dice Margarita, “porque supo enmarcar las vistas en cada uno de los ventanales”. Dentro conviven perfectamente el pasado con el presente. Atemporal, la casona tiene aires europeos pero también identidad propia y no intenta imitar a otras decoraciones. Tiene cosas de época, pero aquí no se nota el peso de los años, quizás porque domina la luz y el blanco.
Cuando Margarita encontró esta casa hace 18 años, la arquitectura no la convenció del todo pero se enamoró del parque de magnolios, robles, maquis, quillayes, cedros del Líbano y boldos. Convencer a su marido, el otorrino José Miguel Godoy Silanes, fue un cuento aparte. Mientras Margarita creía que el lugar tenía potencial, él pensaba que era casi inabordable por la seguridad, la limpieza y la luz eléctrica, porque la casa era muy grande. Y Margarita reconoce que tenía un poco de razón. Pero ella se hizo cargo de la remodelación del lugar y el proceso fue “casi interminable”, se ríe.
Revistieron la casa entera con pasta muro y mallas para suavizar el gravillado. Sacaron todas las puertas de pino oregón y ampliaron los baños. Las puertas las hicieron de vidrio para dejar entrar la luz. La cocina la hicieron entera de nuevo con grandes lucarnas y ventanas de termopanel de mayor tamaño. El piso lo cambiaron por mármol de Carrara, y para darle un toque moderno hicieron muebles con vidrios y cubiertas de aluminio un poco industrial. El resultado fue espectacular y este es uno de los espacios favoritos de la dueña de casa. “Soy cocinera, me gusta la luz y mirar los árboles mientras cocino y pongo música. ¡Acá soy feliz!”, dice. Es en este lugar donde a Margarita le gusta improvisar, lo heredó de su mamá y goza haciendo preparaciones vegetarianas y diferentes tipos de pescado.
En el resto de la casa incorporaron dos sistemas nuevos de calefacción y las vigas que transportaban el peso transversalmente las cubrieron con placas para lograr cielos blancos. El jardín que había hacia el sur se transformó en caminos con una vegetación variada como gauras, lavandas, olivos y urnas de metal antiguas. A la salida del living, donde antes había una terraza, pusieron una piscina temperada.
Querían una casa sin cortinas y casi sin alfombras porque son alérgicos. Puso pisos de madera alemana. Los muros son lisos, en blanco hueso y los cielos en blanco cala, además hay mucho lino. En las ferias ha encontrado de todo, pero le tiene un cariño especial a unos fanales antiguos (que hoy tiene guardados por los efectos que sufrieron del terremoto) en los que se guardaban los recuerdos de matrimonio de novias antiguas. Por ejemplo tiene uno que venía con un reloj de bolsillo, el ramo de la novia y un par de cartas. Son cosas que no tienen mercado, pero que son tesoros. “Todo es buscado, pero el axioma era no invertir una fortuna, al contrario, queríamos una casa con aires de austeridad. Es mi trabajo, por lo tanto trabajé sola poniéndola y el proceso sigue. Cuando veo algo enFrancia que me gusta, va para mi casa en Chile”, cuenta.
Tanto viaje entre París y Santiago hizo que Margarita y José Miguel tuvieran una idea entretenida. Hace dos años plantaron una viña chica en su jardín, ahí producen 25 botellas de vino por cosecha que luego reparten entre sus amigos. Se dejan cinco para ellos. Rodeada de rosas rojas, la idea de tener estas parras la sacaron de Francia, donde las viñas por lo general son más chicas, y está lleno de producciones familiares. Además tienen un huerto con frutas y paltas todo el año.
Y gozan a concho el lugar. Es el punto de encuentro de la familia, tratan de que todas las celebraciones sean ahí. Sus nietos han crecido en esta casa con los perros, la piscina y mucha naturaleza; además tienen su pieza con sus juguetes y siempre son bienvenidos para quedarse a alojar. Para Margarita además, es una casa usada en el sentido de la contemplación y valoración de lo simple. Junto a su marido, pueden estar mucho tiempo mudos mirando las nubes, las puestas de sol y el parque. Les encanta la lectura y por eso tienen una biblioteca. “Es una casa que evoca a ser más perceptivo y receptivo de la naturaleza. Nuestros pocos y buenos amigos no se quieren ir, porque es mágica”, remata.