El arquitecto Sean Mahoney, socio del estudio sudafricano StudioMAS, recuerda la primera vez que invitó a amigos y colegas a su casa recién terminada en Constantia, un barrio de Ciudad del Cabo. “Tuvimos reacciones muy divertidas”, recuerda, “porque no era nada bonita”. Dice que el exterior era “sólo ladrillo crudo” y el jardín tenía “escombros por todas partes”. Sus amigos arquitectos, en particular, “se quedaron callados”.
La casa, donde vive con su mujer, la artista y escultora Justine Mahoney, y sus dos hijas, Ella y Biba, es un ejemplo extremo de uno de los mantras arquitectónicos de Sean. Dice que los edificios que diseña deben tener el peor aspecto el día que entrega las llaves. O, en términos más comerciales, están diseñados para mejorar con el tiempo. “La buena arquitectura necesita historia”, afirma.
Ahora la casa está rodeada de hiedra e inmersa en un jardín salvaje y naturalista. Hay una piscina ecológica, un huerto y una serie de pérgolas y otras estructuras tejidas con ramas que Sean y Justine añaden continuamente. Cuando los Mahoney decidieron mudarse a las afueras para estar cerca del colegio de sus hijos, buscaron deliberadamente un terreno vacío para poder construir desde cero. “Nunca habíamos construido una casa para nosotros”, dice Sean. Finalmente encontraron un terreno “problemático”, con una forma que dejaba pocas posibilidades para emplazar una casa, pero a un gran precio. “En realidad, sólo podíamos construir en una posición”, explica Sean. Pero como arquitecto, decidió aceptar el desafío.
El diseño de la casa presentaba oportunidades y limitaciones contradictorias. Por un lado, era una oportunidad de hacer realidad algunos de sus ideales arquitectónicos sin concesiones. Por otro, el presupuesto era muy reducido.
“Lo redujimos a lo básico y luego construimos en bruto a propósito”, dice. Su sensación de libertad surgió en gran medida del hecho de que no tenía que intentar diseñar una obra maestra. “Estoy harto de tener que diseñar edificios emblemáticos”, dice Sean. Ha ganado más de un premio de arquitectura, pero este proyecto satisfacía su deseo de construir un edificio anónimo que “simplemente creara espacios que funcionaran muy bien” y “no fuera pretencioso”, como él mismo explica.
Aparte del lujoso suelo de madera, los materiales elegidos no tienen nada de elegantes. Utilizó ladrillo visto por dentro y por fuera. “Cada decisión que tomamos se basó en analizar realmente lo que necesitábamos, hasta el punto de que nuestros grifos de adentro son grifos de jardín”.
La mayor parte de la casa está aislada de la red. La chimenea tiene una caldera para calentar el agua en invierno, la cocina funciona con gas y el agua procede de un pozo.
Sean hace que su diseño suene totalmente convencional. “No tiene nada de especial desde el punto de vista arquitectónico”, insiste. Pero también tiene algo de declaración arquitectónica. En tiempos en que la arquitectura busca difuminar las fronteras entre el interior y el exterior, Mahoney decidió mantener una clara distinción entre estos dos espacios. Justine califica de “íntimo” e incluso de “cueva” el ambiente más “interior” que lograron. De hecho, como artista y prolífica coleccionista de cuadros y otras imágenes, el espacio en las paredes era una prioridad.
Sean dice que diseñar y construir con cristal es más difícil de lo que se suele admitir, sobre todo en lo que respecta a la acústica, y aventura que en el clima mediterráneo donde viven, un cierto grado de solidez y “masa” podría ser más apropiado.
Mantener la distinción entre interior y exterior no ha afectado lo más mínimo la tendencia de la familia a vivir al aire libre en verano. Hay terrazas y patios cubiertos, un fogón en el jardín, un claro circular en la hierba silvestre –un “círculo de cultivo”, como lo llaman Justine y Sean– donde pueden tumbarse en una toalla y secarse al sol después de nadar, y un huerto de verduras y hierbas. “Y en invierno es más acogedor”, dice Sean. “Cierras las cortinas y es como un capullo. Es un cambio muy agradable”.
El interior, cuidadosamente amueblado, es una mezcla ecléctica de antigüedades y otros objetos. De vez en cuando hay alguna pieza contemporánea o de mediados de siglo, pero, una vez más, lo que Sean y Justine encuentran más arraigado y hogareño, incluso humanizador, es el sentido de la historia, el paso del tiempo.
Más que un estilo predeterminado, hay una sensación de azar en la selección del mobiliario. Habla de la alegría de la búsqueda de un mueble, del descubrimiento afortunado.
Algo parecido se puede ver en las obras de Justine: la forma en que crea figuras híbridas combinando aspectos de imágenes extraídas de mitos, historia del arte y cultura pop, injertándolas para crear algo nuevo. Su afición a coleccionar paisajes y marinas kitsch vintage, que le resultan graciosos y entrañables, y a combinarlos apilándolos en estanterías para que se superpongan, implica un proceso similar. Ambos son una especie de comentario cultural sobre el paso del tiempo, que juega con las conexiones entre lo futurista, lo histórico e incluso lo mítico.
Sean describe las estructuras de ramas y ramitas que hay en el jardín, las pérgolas y los espacios que han ido construyendo pieza a pieza a medida que encontraban ramas después de las tormentas o en los paseos, como la creación de un “espacio intermedio donde las plantas y la arquitectura crecen juntas y no sabes qué había primero”.
Justine dice que desde que viven en la casa, ésta “ha crecido con el tiempo y se ha transformado a su manera”. La casa sigue evolucionando a medida que la arquitectura y el jardín se entrelazan más profundamente.
