Desde afuera es la típica casa de fachada continua, con una puerta y dos ventanas, una a cada lado. Tiene algunos detalles decorativos que la hacen algo distinta a las de sus vecinos, pero nada tan suntuoso que haga prever lo que se encuentra al interior. Habría que partir diciendo que esta casa es una trampa desde el comienzo, porque ese piso único que aparenta tener desde afuera se convierte en tres al entrar. El único elemento original que se remonta a su construcción –a comienzos del 1900– es el estrecho hall de entrada. Desde ahí se abren seis habitaciones y explota el color.
La Casa Horta, como la nombraron, está en el barrio barcelonés de El Guinardó, un pequeño pueblo al lado de una montaña, y es el hogar del diseñador, arquitecto e interiorista Guillermo Santomá. Fue él el responsable de esta reconstrucción, que a la vez fue un rearme y que para muchos podría entenderse como una instalación al recorrer sus habitaciones. En este espacio de 300 metros cuadrados Guillermo Santomá vive con su hijo pequeño Jan y su novia. Cuenta que usó la casa como un lienzo en blanco, que despojó su estilo novecentista y dejó los volúmenes y materiales que necesitaba, como la ampliación de la escalera, que imita un arco gigante y que comunica a los tres pisos. Acá predominan las formas geométricas y los colores, y en ese aspecto todo se ve increíblemente saturado y dramático. Los colores predominantes son el verde sobre materiales hidráulicos, el azul en muros y en cielos con nubes rosadas, y el propio rosado, que incluso pasa por encima de enchufes e interruptores. Acá nada se salva.
Santomá usó una herencia de su abuela para comprar Casa Horta por 190 mil euros, aproximadamente un tercio de lo que costaría hoy. La casa, aunque humilde y precariamente construida, le parecía relacionada con el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, un gran edificio modernista de principios del siglo XX y que se ubica a pocas cuadras de distancia. Con un ánimo totalmente improvisado y “antiburgués”, como él lo llama, comenzó los trabajos. «En lugar de un plan arquitectónico, teníamos a un equipo de cinco personas que sólo tenían nociones muy básicas de construcción», cuenta. Lo que hicieron principalmente fue derribar las paredes para abrir habitaciones. La escalera, por ejemplo, ha evolucionado hacia una nueva con un agujero en la pared de la sala de estar, lo que permite que la luz caiga al espacio de la planta baja desde los pisos de arriba.
Las rarezas geométricas de la Casa Horta se replican en todas partes. A medida que se sube por las escaleras, las paredes y los techos se mezclan en curvas superpuestas. Todo el jardín de la planta baja es una jungla que conduce a una piscina que no es más grande que cuatro tinas de tamaño medio. A eso se suma la vasta y ecléctica colección de objetos icónicos de diseño europeo del siglo pasado: un pie gigante en el pasillo diseñado por el artista italiano Gaetano Pesce, junto con uno de sus sillones en forma de mariposa en la oficina, que se encuentra cerca de una lámpara Parentesi de los diseñadores italianos Achille Castiglioni y Pio Manzù. Otro espacio sorprendente es la ducha de mosaico rosado ubicada en el primer piso, cerca de la cocina, que es una columna sin techo donde cualquiera que pase desde arriba puede espiar a quién se está bañando. Una mezcla desconcertante y a la vez seductora. Todo parece desobedecer a lo tradicional, pero todo este aparente descuido está muy bien pensado.
Para este interiorista, el cambio y la evolución del diseño interior es parte del proceso. “La casa siempre muta, no veo posible que nada evolucione, nos adaptamos donde vivimos, pero el dónde vivimos también se adapta a nosotros. Me gusta pensar que todo está vivo, que la arquitectura está hecha con los mismos materiales que estamos hechos nosotros. Lo industrial es natural, y a la vez, por qué no, ¿es lo natural, industrial?”, remata.