Antes de convertirse en el reconocido interiorista que es hoy, el español Luis Bustamante se dedicó a la pintura y, después, a la escultura. Expuso en varias ocasiones en Madrid y en Barcelona. A pesar de que siempre aconsejó a sus amigos sobre cómo reformar sus casas, el talento innato de decorador fue algo que no reconoció tan fácilmente.
Su aproximación a los espacios por medio del arte, le dio las primeras luces. “En esa relación de la escultura con el espacio empecé a interesarme por cosas como las proporciones o por dónde entra la luz”, cuenta Bustamante.
Reflexiones como esta se pueden encontrar en su segundo libro, Otra Mirada (de la editorial This Side Up), un diálogo entre el interiorista y la periodista y licenciada en Historia del Arte Ana Domínguez Siemens, que está acompañado de una recopilación de fotografías sacadas por Ricardo Labougle a los proyectos de los últimos cinco años de Bustamante, en Ciudad de México, Colorado, Madrid, Barcelona, Cantabria, Suiza, Ávila, Málaga, Nueva York, Londres y Florida.
En ellas se puede ver cómo la simetría es uno de los puntos clave en el trabajo del decorador, también el orden. Sin embargo, estas características no hacen de sus espacios algo aburrido o predecible, sino al contrario, siempre aportan al dramatismo.
“Me interesa muchísimo el primer impacto, el hall es el espacio, donde te mojas: la gente entra y ya sabe mucho de ti”, afirma.
Parte importante del proceso creativo de Bustamante es el silencio. “Se trata de ver el espacio y de entenderlo. Eso me gusta hacerlo solo. El espacio generalmente te habla, así ves lo que tiene de bueno, por dónde entra la luz, su energía. Una vez que he hecho esto, empieza a salir de una forma inconsciente el diseño general. Qué es lo que hay que potenciar, cómo se va a vivir allí. Entonces, ya me pongo a trabajar y lo hago con el equipo que va a desarrollar ese proyecto concreto”.
Ganador del premio de la revista Architectural Digest al mejor interiorista del año 2017, su primer referente fue el francés Jean-Michel Frank, es admirador del trabajo de Axel Vervoordt y del arquitecto británico John Pawson. Su primer encargo vino del famoso artista catalán Antoni Tàpies, cuando Bustamante comenzó su carrera como interiorista en 1991 en Barcelona. Tàpies le pidió que creara el interior de la fundación con su nombre. Tiempo después se trasladó a México, donde se consolidó como decorador internacional. Finalmente, en el 2000 se estableció en Madrid y creó su estudio de decoración e interiorismo.
Hoy, años después, asegura que lo que realmente le sorprendió en sus comienzos, y aún sigue admirando, es la confianza “casi ciega” que depositan en él las personas que lo contratan para diseñar sus lugares más queridos. Por eso, se preocupa de la calidez, de que los espacios sean “fáciles de vivir”. “Me gusta crear una página en blanco en la que mis clientes puedan escribir sus escenarios futuros”.