No se podría decir que la relación de María Jesús Ruiz-Tagle con Vichuquén fue amor a primera vista. Lo cierto es que la decoradora se siente mucho más atraída por el mar y la vida de playa. Pero al momento de pensar en una segunda casa, tuvo que ceder y elegir un lugar que cumpliera con los gustos de todos. Eso sí, reconoce que después de 16 años, cambió de opinión. “Con el tiempo, me he ido enamorando profundamente del lago, porque es un panorama súper familiar y además, porque aunque están todas las comodidades, sigue siendo un lugar muy campestre”.
El lugar elegido para su casa fue Punta Totorillo. Los encargados de la construcción fueron los arquitectos Matías González y Alfredo Fernández, y el requisito principal era que debía ser muy acogedora. El trabajo fue codo a codo. La mezcla perfecta entre las propuestas de los arquitectos y las ideas que la decoradora iba sugiriendo, que no eran pocas gracias a su gran experiencia. Después de un año y medio, dieron con una luminosa casa de un agua, construida en madera y piedra, con vigas a la vista y de grandes ventanales para aprovechar al máximo la vista al lago.
Claro está que simultáneamente fue trabajando en su decoración, ya que durante el tiempo que tomó la construcción, la Jesús aprovechó de ir avanzando en este tema junto a su socia de toda la vida, Cecilia Rojas. Con planos en mano diseñaron cada uno de los distintos sectores, las piezas de los niños, la distribución de los sofás y hasta la forma en la que iban a dividir el living con el comedor. Todo bien étnico según ella, de colores neutros, harto lino y de muebles diseñados por las dos. Nada muy estridente, todo lo contrario, debía transmitir el máximo de tranquilidad. “Lo mejor es que siento que es una decoración que ha perdurado”.
Eso sí, durante estos años, tanto la decoración como los espacios se han ido adaptando a las nuevas necesidades. Fue así como se construyó un nuevo quincho pensado especialmente para que sus tres niños se juntaran con sus amigos; la casa de botes se convirtió en un loft para recibir a los invitados; y el nuevo muelle que se tuvo que reconstruir varios metros más arriba de donde estaba el original, ya que después del terremoto del 2010, quedó completamente bajo el agua.
Pero si hay algo que se mantiene intacto, es la forma en la que viven esta casa. Aquí la mayor preocupación es pensar qué traje de baño se van a poner y el paso siguiente es instalarse en el muelle durante todo el día. Desde ahí salen a esquiar, a hacer wakeboard, funboard o windsurf. “Es un lugar donde los niños hacer harto deporte”, cuenta la Jesús. Y qué mejor forma de reponer las energías que con un buen asado, paella o, mejor todavía, una plateada al horno preparada por Pablo, su marido… un plato tan bueno que lo hizo famoso en todo el lago. Así se pasan los días, bien en familia, conversando harto y bien lejos del celular (¡especialmente de WhatsApp!). “Es muy rica la vida en el lago porque es más íntima. Nos vemos más”.