Pocos árboles expresan mejor las estaciones del año que el liquidámbar y esa es una de las razones por las que enfrentarse a este edificio de oficinas ubicado en Las Condes, a pasos de la plaza Los Domínicos, es un verdadero espectáculo. El contraste entre el fuerte colorido de las hojas (amarillas, naranjas y rojas en esta época) y la neutralidad del hormigón y el vidrio de la construcción generan precisamente el efecto que se buscaba: el de un bosque vertical que envuelve y también se introduce en ella, llevando el jardín al interior.
Las responsables del proyecto fueron las paisajistas María del Carmen Beltrán y María del Carmen Noulibos, quienes junto a la Inmobiliaria DSE y el arquitecto Cristóbal Gross querían desarrollar un diseño amable con el medio ambiente. “El objetivo era generar oxigenación y energía al entorno, conectando al ser humano con la naturaleza”, explican. Desde un principio se pensó revestir dos fachadas del edificio con macetas y árboles –casi 200– que parecen estar suspendidos en el aire, dando una sensación de liviandad y consistencia a la vez: “Esta envolvente verde actúa de biombo climático”, dice María del Carmen Beltrán. “En verano es un elemento protector de la incidencia solar directa, permitiendo temperaturas refrescantes en las oficinas, mientras en invierno, al desprender su follaje, da paso a la luz”. El usuario es el más privilegiado con las vistas y el sonido de las hojas de los árboles con el viento.
Antes de optar por los liquidámbar hicieron una exhaustiva investigación y pusieron a prueba distintas especies de árboles por un período de cinco meses. El liquidámbar demostró no sólo resistir bien las temperaturas extremas, las corrientes de aire, el reflejo y la exposición solar, sino también ser fácil de mantener y de adquirir en caso de ser necesaria su reposición.
Los contenedores también fueron un desafío importante para el proyecto en cuanto al peso y estética. Las paisajistas recurrieron al escultor Cristóbal Pulido, quien fabricó macetas de acero oxidado y las forró con poliestireno y luego geotextil; de esa manera se aseguró de aislar el calor y el drenaje.
La segunda parte del proyecto se hizo en el primer nivel del edificio. “Los viajes y exposiciones han tomado un rol esencial para nuestro crecimiento y desarrollo profesional”, cuentan las paisajistas. “Veníamos llegando de representar a Chile en la Expo Taipei en Taiwán el 2010, y por eso el jardín que está en el nivel calle del edificio tiene un sello bastante oriental”. Para ese sector eligieron árboles de diferentes tonalidades, como el gingko biloba (amarillo) y el ácer japónico (rojo) que tiene un contraste magnífico en otoño. En arbustos bajos se optó por el coprosma tequila (rojo) y el pitósporos tobira enano (verde) para así generar volúmenes y geometrías curvas, contrastando con laurentinas de coloración verde oscuro y floración blanca.
“Siempre nos ha gustado exponer nuevas tendencias, participar en exposiciones que muestran vanguardias, nuevas experiencias e innovación en los diseños”, agregan. Es por eso que en los últimos años han incorporado mobiliario a su trabajo, generando nuevas formas para cautivar al espectador. En la exposición para Casa Foa 2016 (organizada por ED) presentaron unos huertos urbanos incrustados sobre seis mesones de mármol, mostrando una interesante mimetización de materiales y productos de la naturaleza. El agua también ha acaparado el interés de estas paisajistas que tienen entre sus referentes al brasilero Roberto Burle Marx, muy conocido por su intervención paisajística en el paseo Copacabana de Río.