Aquí las puertas están siempre abiertas para todo el que quiera llegar. No sólo es el centro de reunión de sus dueños, sino de toda su familia y de sus amigos. Es el lugar obligado de los paseos de curso, de las comidas de ex alumnos, de las mamás que hacen hora para ir a buscar a los niños al colegio, de los cumpleaños con pijama party y de los asados familiares. Un lugar entretenido, lleno de niños y donde siempre hay un queque recién hecho o algo rico en la cocina listo para ser devorado. Esta es la casa de Andrés, Ema, María y de sus papás, Carolina Weinstein y Andrés Cardoen.
Ubicada en Vitacura, en el sector de Jardín del Este, fue levantada por Emilio Sanfuentes en 1969. De espacios amplios, ventanales enormes, llena de tragaluces y patios interiores, es un clásico arquitectónico, de esas casas que no dicen nada por fuera pero que dejan a todo el mundo con la boca abierta una vez que se traspasa la puerta de entrada.
Tal como cuenta este matrimonio, hasta acá llegaron hace siete años luego de una larga búsqueda por el barrio. Desde que se casaron habían vivido en la zona y querían que ésta también fuera la de su casa definitiva. Hasta que un día supieron que este lugar estaba a la venta y sin ninguna ilusión fueron a verlo. Para su sorpresa les fascinó casi antes de entrar y desde ese minuto empezaron con los trámites de compra.
Abandonada durante algunos años, fueron necesarios varios arreglos previos. Había que modificar el jardín –que era una mini selva indomable–, cambiar los baños, sacar la alfombra, modernizar muchas terminaciones y redistribuir algunos espacios. Esta tarea se la encomendaron al arquitecto Alejandro Weinstein –papá de la dueña de casa–, quien además les ayudó con algunas ideas bien asertivas. Por ejemplo, amplió el hall de entrada que era oscuro y chico, remodeló el baño principal usando algunos metros de un patio interior –revistió los muros en mármol, hizo una ducha abierta y aparte instaló una enorme tina con jacuzzi–, tiñó el parquet de color oscuro, entre otros detalles. “Una de las cosas que más me gusta de la casa es la luz que tiene y cómo se iluminan los espacios. Tengo que reconocer que es una casa grande pero muy integrada, además todo se usa, se aprovecha al máximo, lo que la hace ser tan grata”, dice Carolina.
La cocina también sufrió una cirugía mayor. “Era antigua, con un patio interior al medio y dos puertas, muy poco funcional. Mi amiga Carola González la hizo completamente de nuevo y le sacó mucho partido”, dice Carola. Entre los cambios, diseñó lucarnas parecidas a las del resto de la casa, cambió todos los muebles y sus cubiertas, empotró los artefactos, instaló un piso de porcelanato oscuro que sigue la idea del resto del piso de la casa, pintó dos muros con rayas blancas y negras y armó un comedor de diario que es tan cómodo como el principal.
Para la decoración la dueña de casa cuenta que no necesitó ayuda, ya que es un tema que le gusta mucho. “El día que llegamos hicimos un acuerdo con Andrés. El se encargaría de todo lo que estaba afuera y yo de lo de adentro. Por lo mismo, armar la casa fue mi tarea y él se apoderó del jardín”. Una de las prioridades de Carola fue darle el mayor protagonismo posible a la luz.También que cada lugar fuera cómodo, actual, que no cansara y, lo más importante, completamente a prueba de niños. “Soy muy busquilla, me doy varias vueltas antes de comprar algo, me gusta mirar harto aunque soy decidida. Siento que todo lo que aquí hay es parte de mi historia. De mis tiempos de galerista tengo cuadros de muchos amigos artistas con los que creé lazos y ahora hay objetos de las ferias organizadas por Artesanos, la empresa que tengo junto a mi socia María Luisa Prado. También hay cosas que hemos traído de viajes, siempre trato de volver con algún recuerdo, como un piso de Africa, unas mesitas peruanas, una loza de Turquía y una alfombra que se la compré a una artesana argentina… Todo esto se ha ido engranando y eso me gusta, es lo que quiero dejarle a mis hijos, la idea que todo tiene una historia, un pasado, para que valoren lo que tienen”.
Junto a la paisajista Valentina Contador, el dueño de casa rediseñó completamente el jardín. Lo primero fue trasladar la piscina de lugar para aprovechar mejor el espacio, luego plantaron varios ácer japónicos para complementar con otros que había originalmente, sumaron ginkgos, lavandas, rosas blancas, magnolios, olivos y pinos en el sector de la entrada y armaron un sector especial para los niños, con maicillo, columpios y una casita de muñecas.
Precisamente es el jardín uno de los lugares que, sin importar la época del año, más disfruta esta familia. Se instalan en un quincho que está junto a la piscina, donde hay una gran parrilla y una mesa tipo té club en la que hacen caber a todos los que llegan. Y cuando hace frío prenden un fogón de piedra que se diseñó especialmente para olvidarse del clima. “Esta casa es el centro de mi familia. Tengo el corazón dividido porque también me encanta mi casa de Vichuquén. Pero acá está lo que más quiero y a mi familia ampliada le fascina, porque siempre están pasando cosas”.