Ribadesella

El diseñador Lorenzo Castillo, elegido por la Architecural Digest como uno de los 100 mejores del mundo, dejó su particular sello en esta casa llena de historia al norte de España.

Para Lorenzo Castillo fue toda una travesía volver a la casa de sus sueños. La historia se remonta a los años 30, cuando sus abuelos paternos se enamoraron de la ciudad de Ribadesella y compraron esta casa frente al pequeño puerto ballenero asturiano que perteneció a la marquesa de Argüelle. Lo que al principio parecía un lugar perfecto para disfrutar de la costa y escapar del sofocante calor de Madrid, al poco tiempo se convirtió en un refugio para la familia cuando la Guerra Civil española estalló en 1936. Aquí se quedaron quietos, frente a una acogedora chimenea que los mantuvo calientes durante el invierno y los protegió de la cruda realidad que se vivía afuera en las calles. Lorenzo recuerda todo lo que sufrió cuando su madre vendió este lugar.

Pasaron los años y decidió no seguir la tradicional carrera familiar de medicina; lo que al principio parecía terrible, más tarde se convertiría en su mejor decisión. Lorenzo emprendió su propio camino estudiando historia del arte y abrió una cautivadora tienda de antigüedades en una zona difícil de Madrid, el único barrio que podía pagar. Recuerda lo que eso significó para él siendo tan joven: “Vender antigüedades es comercio sin creatividad; fue muy frustrante. Definitivamente el diseño de interiores es lo que me hace feliz”, cuenta.

Con el tiempo se convirtió en un diseñador de fama internacional y la Architectural Digest americana lo eligió como uno de los mejores decoradores del mundo. El 2014 la historia tomó un giro a su favor. Junto a Alfonso Reyero, su socio en la vida y en los negocios, se encontraban de vacaciones en Ribadesella cuando tuvieron la suerte de observar cómo una mujer colgaba un letrero de venta en una ventana de su antigua casa. “No podía creerlo”, dice Castillo, recordando que buscó con rapidez su celular y llamó de inmediato al agente inmobiliario.

De un segundo a otro el lugar volvía a ser suyo y lo único que quería era restaurar el espíritu original de la casa que contenía los recuerdos más importantes de su infancia. La decoración fue pensada divertida y despreocupada, pero siempre manteniendo su característico sello que mezcla la extravagancia y el uso de patrones. Fanático de los materiales de la zona, usó castaño asturiano, pino de Cangas de Onís y mosaicos y barro de Somió.
En un extremo del salón de la villa, las cortinas de terciopelo se complementan con almohadones hechos de piel de imitación de cebra y un sofá seccional; una alianza al estilo medieval que con poca probabilidad le hubiese funcionado a otro. Al fondo del espacio, un lienzo diseñado por él confunde a quienes lo ven por primera vez.

En el dormitorio principal, el romanticismo se apodera del interior. Simulando escenas romanas antiguas, el morado y blanco de los estampados viste este espacio, donde se encuentra un mix inesperado que habla de la amplitud del gusto de Castillo: una mesa antigua veneciana, adornada con hojas de plata, junto a un asiento de David Hicks. Curiosidades que construyen cada lugar que interviene el diseñador.

Es que este, sin duda, podría decirse que es su proyecto más personal y se nota. La casa Ribadesella se ha convertido nuevamente en un refugio familiar donde ahora él es el anfitrión. Su hermana Clara, que trabaja con él, tiene una pieza; igual que su mamá y su hermano artista, Santiago, que es copropietario de la casa. Sumergirse en libros de cocina y luego pasear por un mercado al aire libre en busca de langosta recién pescada, es uno de sus panoramas favoritos. Durante el día sus sobrinos corren entre las olas que se estrellan en la playa y al anochecer unas tenues luces reúnen a todos en el salón verde y gris de la casa.

“La belleza de crear un hogar para ti, y no para un cliente, es que puedes usar sólo lo que adoras”, dice Castillo, quien convirtió la casa en un ancla para una nueva generación.

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