«Me encanta crear cosas bellas”, confesó Alexander Vik en una de las tantas entrevistas que le han hecho. El hombre, más conocido por su faceta de empresario ultra exitoso –egresó de Harvard y tiene una fortuna considerable según Forbes–, es también el responsable de varios hoteles, como Playa Vik y Estancia Vik en Uruguay. Hace menos de un año, junto a su señora Carrie, inauguró su primera aventura en nuestro país: Viña Vik. Pero la odisea había empezado casi diez años antes, cuando se obsesionó con la idea de crear el mejor vino del mundo.
Guiado por Patrick Valette, reconocido enólogo chileno-francés, empezó a buscar terrenos en Chile y Argentina. El ganador, después de tomar miles –literalmente, miles– de muestras del terreno durante todo un año, fue un predio de más de cuatro mil hectáreas en Millahue, al sur de Rancagua. En 2006 se plantaron ahí las primeras vides y el 2009 se estrenó el primer vino con el sello Vik. Las siguientes cosechas ya han sido reconocidas en el mundo entero por su calidad, logrando estar un paso más cerca del sueño de esta pareja.
Y para hacer un gran vino, se necesita un gran espacio. En 2006, Alexander llamó a un concurso a los más destacados arquitectos nacionales para materializar su visión. La idea era crear un lugar sustentable, que armonizara con el viñedo y que minimizara el uso de energías, convirtiéndose en una bodega sostenible en el tiempo. El ganador del concurso fue el reconocido arquitecto chileno Smiljan Radic junto a Loreto Lyon. Usando la última tecnología, proyectaron esta construcción fascinante: un edificio de 280 metros de largo que está semienterrado en medio del campo, por lo que es casi imperceptible desde el exterior. Para entrar a este espacio se pasa por una serie de senderos que se encuentran sobre un espejo de agua que no es sólo decorativo, es completamente funcional: sirve para la refrigeración de la sala de barricas, ubicada justo debajo. El techo es una membrana semi translúcida que deja entrar la luz natural, por lo que no se necesita ningún tipo de iluminación durante el día. Al recorrerla, tanto los trabajadores como los visitantes pueden entender las distintas necesidades ambientales de cada una de las etapas del proceso de producción del vino.
En esta misma nave está el café Pavilion, una caja de vidrio desde donde se puede ver el contraste entre la impresionante arquitectura de la bodega, las viñas y los cerros que rodean este valle. A cargo del chef Rodrigo Acuña, el menú cambia constantemente, siempre enfocado en los ingredientes locales de temporada.
Tema aparte es el hotel. El diseño estuvo a cargo del arquitecto uruguayo Marcelo Daglio, quien trabaja junto a los Vik hace 10 años –este es el tercer hotel que proyecta para la pareja– y que los conoce a la perfección. “Son clientes muy especiales, ya que tienen un alto conocimiento sobre la arquitectura”, cuenta Daglio.
La inspiración fueron las montañas que rodean la viña y los vientos que la cruzan durante el día. “La propuesta arquitectónica intenta integrarse al paisaje sin alterarlo, pero a su vez resaltando el hecho arquitectónico. Y la elección de los materiales utilizados contribuye en algunos casos a resaltar esta arquitectura y en otros a mimetizarla con el entorno”, dice el arquitecto.
El resultado fue una construcción bien alucinante, enclavada en la cima de un pequeño cerro. Como una forma de jugar con el significado de Millahue –lugar de oro en mapudungún–, decidieron hacer un techo de titanio que brilla a ciertas horas del día, destacando sus formas ondulantes; un pequeño punto de luz entre los viñedos y montañas. Este fue uno de los mayores retos para el arquitecto, quien cuenta que estuvo más de un año trabajando en eso junto a asesores locales y extranjeros.
La construcción aloja las 22 piezas de este hotel, todas distintas. Y aunque puede sonar a lugar común de cualquier hotel boutique, acá se cumple a cabalidad. Reconocidos coleccionistas de arte, Alexander y Carrie se preocuparon personalmente de la decoración de cada una de las habitaciones. Todas tienen un tema, una inspiración –casi siempre relacionada con el arte y el diseño–, y un punto de vista que se siente fuerte y claro.
Chile, por supuesto, tenía que tener su propia pieza. “La inspiración para esta suite fueron los edificios antiguos e históricos que hemos visto en el desierto de Chile”, contó Carrie Vik. Aquí hay una mezcla de texturas muy interesante: un recubrimiento de sisal para la pared, puertas de madera de cactus, pisos de concreto y paredes de adobe en el baño. Sobre la cama hay dos pinturas de Carlos Leppe y justo frente a ellas, una obra de Felipe Cusicanqui.
La suite Azulejo es otro espacio donde se puede ver la dedicación que pusieron los Vik en este art hotel, como lo han llamado. La inspiración para esta pieza viene de los típicos azulejos portugueses pintados a mano, pero con un toque muy particular. Después de más de un año mandando ideas y bosquejos al artista en Portugal, el matrimonio logró lo que quería, una escena clásica, pero con algo de humor: en el techo de la pieza y en las paredes del baño se puede ver a los miembros de la familia Vik y sus amigos disfrutando de un banquete a la sombra de la cordillera de Los Andes.
También dejaron algunas piezas enteras en las manos de reconocidos artistas. El chileno Alvaro Gabler creó una suite que lleva su nombre, donde no sólo puso un par de sus obras realistas, sino también pintó el piso, las paredes y el techo de la pieza, logrando un efecto de trompe l’oeil en tonos grises. Otra estuvo a cargo del japonés Takeo Hanazawa. La suite Shogun, como la nombraron, fue el resultado de dos meses de trabajo del artista.
Sin importar el tema, en todas las piezas se repite lo mismo: muebles de diseño, obras de arte, y una propuesta que escapa a todas las convenciones; una puesta en escena inesperada. Hay muebles de Piero Fornasetti (de hecho, hay toda una suite dedicada a él), antigüedades, otros hechos especialmente para el hotel y mucho arte, con obras de artistas chilenos y varias internacionales.
Otra de las cosas que llama la atención al visitar el hotel es el paisaje. “La idea era aprovechar al máximo las vistas hacia los cuatro puntos cardinales. El proyecto fue desarrollado justamente tratando de incorporar los 360 grados que nos regala el lugar”, cuenta Marcelo Daglio desde su oficina en Uruguay. Para ello el edificio es un cubo acristalado de líneas muy simples, donde a un lado están las habitaciones y espacios de esparcimiento y justo al centro un patio central que conecta todas las piezas con los lugares públicos. Un periodista del New York Times que visitó el hotel, escribió: “Mientras veía la puesta de sol desde nuestra pieza, me recordó a la inmensidad de la sabana africana y a la ordenada belleza de la región vitivinícola de Francia o Italia”. Una mezcla fascinante, con todo el sello Vik.