Hace siete años, la salvadoreña Cecilia de Sola llegó a Santiago con su marido, Luis Sonville, desde la convulsionada Nueva York. En ese entonces no tenían niños y a ella le costó acostumbrarse porque nuestra capital es mucho más tranquila que Manhattan pero por sobre todo, por lo lejos que estaba de su familia: sus papás viven en El Salvador y sus suegros en Miami. Pero lo logró, y en grande. Además de formar una familia, tuvieron a sus hijos Diego y Emilia, lanzó su línea de ropa, Piamita, que ha sido todo un éxito. Sus diseños se venden en la boutique Le Bon Marché en París, en Bergdorf Goodman de Estados Unidos, en The Webster en Miami Beach y en la página web Moda Operandi, entre otras. Las actrices Julianne Moore y Anne Hathaway están dentro de la lista de personas que han comprado su ropa. Y lo más impresionante es que lo hizo todo comandado desde acá, desde su departamento en El Golf.
Es una mujer de mundo y desde chica que ha tenido un sentido estético bien agudo. Siempre le ha gustado la moda: “Mi mamá dice que de chica agarraba las telas y las tocaba, y elegía las que me gustaban y las que no”, recuerda. De hecho estudió Historia del Arte en la universidad College of the Holy Cross, en Massachusetts.
Su gusto por la decoración partió después, cuando empezó a amar sus propios espacios en la universidad. A este departamento llegó por suerte, se enteró que estaba vacío cuando decidió cambiarse del penthouse del mismo edificio. Tenía una escalera peligrosa y no era compatible con niños chicos. Es muy de su casa, pasa mucho tiempo en ella y por lo mismo, cómo está armado cada espacio es muy importante para ella. “No sólo tiene que ser linda, sino vivida. No me gusta que parezca un showroom. Tu casa tiene que ser un reflejo de quién sos, you know”, dice.
Cuando llegó se puso manos a la obra: en la sala donde estaba el comedor, demasiado formal para su gusto, armó toda una pieza de juegos especial para los niños. Tienen una pizarra, un montón de estantes con juguetes, una mesita para pintar, un asiento largo pegado a la ventana con cajones abajo. El comedor lo puso junto al living y en otra pieza al lado armó una biblioteca, un espacio donde disfruta de la lectura junto a su marido y donde también ven televisión. Hizo una pared falsa donde antes había una puerta y la forró con papel pintado a mano. Las hojas verdes, el sofá morado –que mandó a hacer con un carpintero que encontró acá– y el sillón amarillo hacen una mezcla diferente, el look es único, pero no por eso menos armonioso. De hecho, el papel –Martinique– es el mismo que el del mítico Beverly Hills Hotel.
El lugar está plagado de diseño, papeles murales y obras de arte. La mesa de centro de la biblioteca es del diseñador Paul McCobb, y la lámpara sobre el sillón amarillo la heredó de sus abuelos y es de Paavo Tynell. Sobre el sofá morado tiene un cuadro de Guayasamín, y las sillas del living son de Bruno Mathsson. En la entrada dos cuadros de Benjamín Ossa, en el living un Matilde Pérez y dos pinturas del cubano Nicolás Guillén, y así, suma y sigue. Cada espacio tiene un toque de diseño, de arte, pero sin que nada parezca demasiado formal. Es una de sus consignas y parte de su identidad centroamericana también. No le gustan esas casas en que los niños no pueden entrar a ciertos lugares. Saben que con las cosas del living no se juega, pero si “alguien bota algo no es tan terrible”.
Las primeras semanas de agosto se va de vuelta a Estados Unidos. Va a vivir en Coral Gables, Miami. Está contenta por el clima, porque sus hijos van a poder ver a sus abuelos y primos más seguido, y porque se le va a facilitar harto el trabajo de Piamita. Eso sí, va a echar de menos varias cosas de Chile como “los buenos amigos que hicimos, andar a caballo en el campo, la variedad de vinos exquisitos y las ferias de frutas y verduras deliciosas”, cuenta.