Aquí la parrilla y el horno a leña no se apagan jamás. Los platos y vasos están listos para ser usados y siempre hay bebidas y cervezas frías en el refrigerador esperando a los que quieran llegar.
Es el quincho soñado, de esos lugares en los que dan ganas de instalarse y no moverse, cómodo, acogedor, con toda la amplitud necesaria y decorado con harto ingenio. Un fiel reflejo de sus dueños, Matías Cummins y Bárbara Domínguez.
Tal como cuentan, hace tiempo que querían tener un lugar así. “A Matías le encanta convidar, hacer asados, juntarse con los amigos y siempre decía ‘algún día vamos a hacer un quincho’, hasta que después de varios años le resultó”, explica Bárbara. A partir de maderas, cerchas y diferentes materiales de una antigua casa en Aculeo que se derrumbó para el terremoto de 2010, este matrimonio ideó el proyecto. “Partimos dibujando tres rayas en un papel y de a poco fue saliendo lo que queríamos.
Todas las semanas le fuimos metiendo más cosas y nos preocupamos de buscar materiales y objetos antiguos para decorarlo”.
Emplazado en un rincón olvidado del jardín de su casa, es una gran estructura rectangular, abierta, con seis metros de altura y una gran parrilla, horno a leña, plancha, una mesa de bar y un living para instalarse a conversar. “Queríamos algo muy en nuestro estilo, antiguo, hecho a mano, muy a pulso y donde todo fuera reciclado”. Para eso le pidieron al maestro Miguel Castillo que llevara a cabo el proyecto, quien les interpretó a la perfección su idea y fue capaz de restaurar, hacer calzar y ensamblar las maderas que tenían. Eso sí que siempre acompañado del dueño de casa, quien no se despegó de la construcción ni un minuto hasta que ésta estuvo lista.
Equipadísimo, cada detalle en este lugar fue muy bien pensado. Por ejemplo, la parrilla se armó hacia el living y no mirando al muro para que los que cocinan no se sientan aislados del resto y se llenó de platos, vasos, copas, fuentes y lo necesario para no tener que acarrear nada desde la casa. “Queríamos que este quincho fuera totalmente independiente y no hubiera que partir a la casa a cada rato a buscar la sal, servilletas ni nada que faltara. Por eso también hicimos un baño y una loggia con lavaplatos, refrigerador y un espacio abierto para dejar la basura”.
La decoración también sigue ese estilo medio vintage y lleno de cosas originales armadas por ellos. “Todo se ha ido dando de a poco, lento, lo hemos ido viviendo y así descubriendo lo que se necesita. Creo que de esta manera las cosas salen más bonitas. No queríamos que diera la sensación de un departamento piloto. Por lo mismo aprovechamos muebles de la casa, usamos unas rejas que encontramos botadas en el campo, objetos de demoliciones, de Mapocho…”. Y la verdad es que les resultó. Una de las lámparas la refaccionaron con un maestro experto en vidrio soplado, otra la montaron con rejas antiguas, el lavamanos del baño se hizo con un plantero, los muebles del living se hicieron con las maderas que sobraron de la construcción, usaron vidrios reciclados y pintados a mano para una de las ventanas y el piso lo llenaron de alfombras hechas con baldosas de colores.
La construcción duró unos cinco meses, pero ellos lo empezaron a aprovechar desde que se levantó el primer palo. Cada nueva piedra que se ponía merecía ser celebrada con un asado e hicieron cinco tijerales. Hasta que en septiembre del año pasado el proyecto estuvo listo, transformándose en el centro de eventos familiar. Tanto así que celebraron la Navidad tres veces y han usado cualquier excusa para armar panorama y disfrutarlo al máximo. “Hasta acá llegan mis suegros, cuñados, todos. Incluso le enseñamos al mayor de nuestros hijos a usar la plancha y él mismo prepara hamburguesas que saca del refrigerador de la loggia para sus amigos”.
Y si bien ya está listo, todavía tienen varias ideas pendientes que agregarle, como hacer una chimenea, instalar unas cortinas para los días de frío y también unir con un jardín la piscina. “Este era un lugar perdido, con arbustos y pinos. Quién se hubiera imaginado en lo que terminó”, dice Bárbara.