«Se ve muy sólido por fuera, pero en realidad es de adobe”, dice Jorge Edwards sobre el edificio donde vive, en pleno barrio Lastarria. “Pasamos harto susto con el terremoto del 2010. Sobre mi cama cayó una pila de ladrillos por un muro que se derrumbó en el piso de arriba… felizmente yo estaba de viaje”, cuenta con un poco de risa. En ese tiempo su departamento estaba en el piso tres, y no en el segundo como hoy, y aunque sólo se instaló en este edificio definitivamente hace una década, se pasea por él como Pedro por su casa. “Todas las construcciones de tres pisos de esta calle –que eran más inicialmente, porque ya se han demolido varias– fueron construidas por mi abuelo Fernández de Castro, empresario salitrero. Las hizo el año 27 para renta y luego mi abuela Adriana Vergara Blanco terminó viviendo en uno de los departamentos”.
Jorge es un hombre tímido, o quizás sólo reservado. Pero todo lo que no dice con palabras lo expresa con inmensa fuerza a través de la decoración. El living es su mejor carta de presentación: muros pintados calipso, una lámpara de pie de los 60 que pareciera brotar del suelo, la butaca de Marc Newson, el florero de Jonathan Adler… Uno podría pasar el día entero y no terminar de ver las miles de cosas entretenidas que ha juntado en el tiempo. No son sólo objetos de diseño, también hay un gusto adquirido en su paso por los más diversos destinos; como hijo de diplomático, vivió en París, Lima, Madrid y Buenos Aires, lo que sin duda le debe haber jugado a favor en lo estético.
Pero el gusto por la decoración le viene de antes. “De chico yo tenía la idea de ser ebanista. Mi otro abuelo Sergio Edwards Irarrázaval era muy amigo de Carlos Cruz Eyzaguirre y como viví con él, lo vi mucho. Además estaba suscrito al Connaissance des Arts, una revista francesa de arte, diseño, arquitectura y decoración; tenía toda la colección, desde el primer número y a mí me encantaba leerlo, por ahí me viene esa onda… Yo estoy suscrito hasta hoy, entre otras revistas”.
No terminó ninguna carrera y tampoco trabajó en muebles; en cambio se dedicó a los libros, trabajando en la editorial que armó su mamá y que está, además, en el mismo edificio, en el primer piso, justo en el departamento bajo el suyo. Su admiración por el arte y el diseño se ha mantenido intacta y es posible constatarla en la biblioteca que tiene en su casa; para él mirar y leer revistas de decoración es un placer culpable.
Llegó a este departamento hace cuatro años y confiesa que no le hizo nada. Sólo lo pintó con colores “un poco osados”, como dice él, y lo armó inspirado en las casas de los 60. Compró hartos muebles de Mario Matta y también de Sergio Matta e incluso grabados de Roberto, el hermano pintor. Sobre esa base puso cosas más modernas –una mesa de comedor con un gran cristal negro que compró en Intedesign, sillas de Anna Castelli–, objetos heredados y hasta un poco de humor: en el comedor mantiene enmarcado un cheque por 200 millones de pesos firmado por el pintor Francisco Smythe, de quien fue muy amigo. Es, finalmente, una buena mezcla, haciendo a veces difícil creer que esté en Santiago y no en Buenos Aires o París. Porque, hay que admitirlo, el departamento de Jorge Edwards no sigue modas ni estilos, es muy propio, muy libre, muy de él. “Hay cosas que me gustan, otras que he acumulado y que dejaría ahí no más… uno pasa por épocas”.