Esta casa tiene casi tantos años como su dueño, un empresario que vivió ahí con su familia cuando él era chico y que volvió mucho tiempo después, ya casado y con hijos. Ubicada en una ladera, rodeada de eucaliptus, magnolios y un pasto que invita a instalarse con chal y todo a dormir la siesta, pasó harto tiempo deshabitada: “La arrendé mucho tiempo para eventos y producciones, lo que la hizo deteriorarse bastante, hasta que llegó un momento en que tuve que decidir si venderla o hacerme cargo de ella”, cuenta.
Junto a su señora optó por esto último y se instalaron sin hacerle cambios. “Queríamos vivirla un poco, primero ver cómo se daba nuestra vida dentro de la casa, qué necesidades íbamos teniendo, y después meterle mano”. Partieron por la pieza y baño principal y luego hicieron un dormitorio para el único hijo hombre que tienen. Más adelante modificaron el living y agrandaron la terraza, además de hacer una nueva entrada, ya que antes se accedía a la casa por otro sector. “Ha sido todo lento, muy pensado”, dice. El verano recién pasado construyeron una piscina en un sector del jardín que estaba perdido.
Aunque a los dos les gusta mucho el arte –ella toma clases de escultura con la Tere Heussler desde hace años–, quien lleva la batuta en el tema decoración es él. “Es muy estético, siempre lo ha sido. Antes viajaba mucho por trabajo, y ahí aprovechó de comprar muchas obras de arte”, dice su señora. En el living hay litografías de Picasso y otras de Chagall, pero su verdadera obsesión son las cómodas, que están repartidas por toda la casa, y que ha comprado en distintos lugares, desde el Parque de los Reyes a tiendas más nuevas, como Palopintao.
El jardín también es de dominio masculino, pasión que heredó de su abuela materna, quien tenía un parque en La Florida; ahí aprendió a querer las plantas, y hoy es él quien poda, riega, pone y saca arbustos y dirige, acompañado de cerca por sus niños. Así lo ha convertido en un gran parque.
“En el día a día, la cocina es nuestro lugar de encuentro; ahí tomamos desayuno, comemos, conversamos. Y aunque somos malos para cocinar, somos muy buenos para convidar. Por eso es que usamos mucho el living, la terraza, el jardín, toda la casa, que está abierta para nuestra familia y amigos”. Un lugar acogedor, amplio y práctico, que, según reconoce su dueño, le produce mucha gratitud y paz.