Lo que comenzó como un viaje en moto más a la montaña Gran Sasso fue lo que originó en 1999 una cruzada de un hombre por rescatar pueblos antiguos del sur de Italia y restaurarlos de manera extrema. Daniele Kihlgren dice que sintió una descarga eléctrica cuando divisó los altos muros de piedra, la torre y un sinfín de tejados de terracota. Era Santo Stefano di Sessanio, una pequeña ciudad medieval situada a 150 kilómetros de Roma, en el Parque Nacional Gran Sasso, un paisaje muy similar al de la Toscana o de Umbría, pero sin un gramo de modernidad a su alrededor, olvidado en el tiempo y prácticamente abandonado. Tenía apenas cien habitantes.
Casi de inmediato después de su viaje adquirió la primera casa. Al poco tiempo tenía ocho más, y sin darse cuenta ya era dueño de la cuarta parte de la ciudad. Cuando no pudo seguir sumando más porque los propietarios habían emigrado hace décadas a otros países y no había rastros de ellos, logró un acuerdo sin precedentes con la autoridad local. La garantía: prohibición general de nuevas construcciones y el compromiso de invertir en la ciudad para revivir su decadente economía. El no tuvo problemas en aceptarlas. Tenía la idea de preservar la belleza natural y el patrimonio local.
Kihlgren, hijo de madre italiana y padre sueco, y heredero de una fortuna proveniente de la industria del cemento, curiosamente ha destinado todos sus recursos y energía en que ésta no llegue a lugares como Santo Stefano di Sessanio. Lamenta profundamente lo que ha pasado en ciudades como Roma y Nápoles, que están encerradas en “verdaderas armaduras de hormigón”, y alaba algunos lugares de la Toscana, donde las autoridades han mantenido el control.
Luego de cinco años, y después de una inversión de $4,5 millones de euros, abrió las puertas de su primer hotel. Convirtió una ciudad olvidada en diffuso albergo o “hotel disperso”. No requirió nuevas construcciones, como lo había prometido. Utilizó las diferentes casas medievales para habilitar la recepción, el restorán y las habitaciones para los huéspedes. En el 2005 tenía 79 camas disponibles y se ocuparon 285 noches en un año. Sumaron otros 23 cuartos y para el 2008 ya contabilizaban 7.300 noches.
Cualquier intervención seguía el hilo conductor de proteger el alma del edificio. “El interior de las casas, a pesar de su pobreza, conservan sus características acogedoras y la dignidad nacional. Es por esta razón por la que nos esforzamos en aferrarnos a ello, sin darle valor sentimental al ajuste, o convertirlo en un museo”, dice. Mantuvo el uso, la forma y materiales del edificio original. No se modificaron ni las dimensiones de las puertas y ventanas, ni las divisiones internas de los cuartos. Se obedece, en definitiva, al lenguaje de la arquitectura vernácula. El enfoque de Sextantio –organización que montó para este fin–, incluye hasta la conservación de restos de vida, de fósiles. Kihlgren quiere, ante todo, que la gente experimente la emoción de estar en un lugar real.
El segundo proyecto de hotel fue Sassi di Matera Albergo Difffuso, emplazado en una serie de cuevas neolíticas en el pueblo de Matera, en el sur de Italia, y abierto en el año 2009. El terreno –declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993– es un acantilado escarpado lleno de estas cuevas, grutas y complejo de rocas. Cada caverna tiene hasta seis metros de altura, muros tallados y cincelados por los pastores que han vivido allí por 2.500 años, incluso si uno se detiene puede observar conchas fosilizadas incrustadas en el techo. Cerca hay más 120 iglesias rupestres con impresionantes frescos, las rupestri chiese creadas por los monjes benedictinos.
La restauración fue un delicado trabajo. Levantaron, por ejemplo, una a una cada piedra para instalar la calefacción de loza radiante. Luego siguió el agua potable y la electricidad, con un sistema control a distancia, que se complementa con la luz de las velas. Los lavabos pueden ser abrevaderos o cuencas de piedra. Lo único actual son las tinas, quizás la única incongruencia del lugar.
Abrir ahora la puerta –rescatada de construcciones históricas cercanas– con una llave maestra de hierro macizo y entrar por sus arcos abovedados es como dar un salto por el umbral del tiempo a unas habitaciones casi monásticas. La cama de hierro forjado, construida por artesanos de la región y con la tradición local, son altas para respetar la usanza de dejar comida debajo de la cama. Las colchas de algodón blanco son tal como si fueran parte de un antiguo ajuar; los taburetes, armarios o escritorios hechos de materiales locales reciclados, y los bancos de madera tallados adornados con cojines bordados, terminan por decorar cada cuarto. Las paredes totalmente despojadas.
Cada una de las intervenciones no sólo ha buscado restaurar el patrimonio rural, sino también a redefinirlo y darle nueva vida a su economía, mediante la instalación de la nueva hospitalidad, la que venera la historia tal cual es, con un sistema hotelero que salvaguarda aquellos pueblos históricos olvidados por el hombre, y también una muy pequeña cuota de casas a la venta.
Hoy Sextantio tiene dos hoteles habilitados –el Santo Stefano di Sessanio y Le Grotte della Civita en Matera–, compró seis ciudades en decadencia y otras tres más con capital de Kihlgren con el objetivo de seguir rescatando el patrimonio rural. El arquitecto británico David Chipperfield está planeando una serie de prototipos, siempre con la idea de proteger los pueblos italianos olvidados y las áreas históricas y preservar el patrimonio. Daniele Kihlgren repite una y otra vez que necesita 30 ciudades de Calabria hasta Abruzzio para poder salvar el sur de Italia.