Un Corvette azul de 1977, impecable, estacionado fuera de una casa construida por José Ramón Ugarte en 1970. Dentro, un muro de piedra con una chimenea negra, una escalera de fierro y madera y una decoración llena de carácter con varios clásicos del diseño de los 50 y 60. Sería el set perfecto para una película setentera.
Sus dueños, el arquitecto Francisco Riquelme y la ingeniera civil Gabriela Portus, llegaron a esta casa hace un año junto sus cuatro hijos. “Esta fue la primera casa a la que entramos. La vimos una sola vez y decidimos comprarla al tiro”, cuenta Francisco. “El estilo, la luz pareja que entra por las ventanas sobre los muros en cada pieza, y la ubicación, nos convencieron”, agrega. Y no es para menos, tienen la suerte de que el trabajo y el colegio de los niños les queda a pocas cuadras de la casa. “Estamos mucho en la casa, se usa a full”, reconoce Francisco.
Lo primero que hicieron cuando se cambiaron fue devolverle la identidad original a la construcción. Botaron tabiques y removieron techos falsos para privilegiar los espacios amplios. En el primer piso unieron el comedor y el living en un solo gran ambiente. Este es el lugar que más se usa, todos los días toman desayuno, almuerzan y comen juntos, e incluso los niños se pasean en skate sobre el parquet haciendo circuitos entre los muebles (sin que sus papás se inmuten) y en el verano, el living se abre hacia una terraza con un parrón que le da una sombra refrescante.
El segundo piso es el lugar de los niños. Ahí, arrasaron con muros y techos falsos para dejar la tabiquería a la vista, cielos altos y favorecer un espacio amplio y lleno de luz. Aquí están la sala de juegos, dos piezas y un baño con su lavamanos aparte, y varias vigas desde las que, según cuenta Francisco, sus hijos se entretienen colgándose. Muebles de diseño como sillas Panton a escala de niños y buenos cuadros también están presentes en este lugar. “Nos gusta que crezcan rodeados de arte y diseño”, comenta el arquitecto.
Este matrimonio es bien busquilla, ambos trabajan juntos importando muebles y textiles, viajan casi dos meses al año y comparten un gusto especial por la estética y el buen diseño. Todos los muebles de su casa tienen historia, un cuento, son heredados o regalados, como el caballo de bronce que ganó el abuelo de Francisco cuando fue campeón sudamericano de salto, el cuadro que le dedicó Carlos Leppe, las lámparas art deco de su bisabuela, o el mueble bull que encontró en una casa que iban a demoler. El resto: clásicos del diseño, la mayoría de The Popular Design.
“Nuestra decoración ha ido fluyendo, no tenemos una idea preconcebida sino que vamos encontrándonos con objetos. Nos gusta la calidez de la madera, el diseño nórdico y la década de los 70. Creo que fue una época en la que se hicieron muchas cosas buenas”, concluye Francisco.