Pablo Reinoso nació en Buenos Aires, pero cuando llegó a París en los 70, antes de cumplir los 20, fijó su residencia en esta ciudad, permeable a sus esculturas y objetos surrealistas. Diseñador, artista plástico y escultor, vive en una enorme casa–taller en el barrio de Malakoff, a las afueras, enclave elegido por muchos artistas franceses para crear sin problemas de metros cuadrados.
Pablo se mueve desde siempre entre lo comercial y lo personal. Fue director artístico de los perfumes de Givenchy y Loewe y ha trabajado para firmas tan distintas como Poltrona Frau, Kenzo, Veuve Clicquot o Yamagiwa. Pero su faceta creativa lo llevó a investigar con sillas y piezas de mobiliario que transforma y convierte en objetos de arte y deseo. Fiel desde sus inicios a la galería bonaerense Ruth Benzacar, su obra está en las colecciones del Museo de Arte Decorativo de París, en la Fundación Malba de Buenos Aires y hasta en el MoMA, y recibe múltiples pedidos de coleccionistas privados.
Su casa–taller está compuesta por dos edificios intercomunicados que suman casi mil metros cuadrados, donde vive con su mujer e hijos. Tanto la casa como el estudio son un ejemplo de anti-decoración, de arquitectura racional que privilegia la funcionalidad y el confort. En la entrada, que se asoma a una calle tranquila, Reinoso plantó nada más que bambúes en señal de bienvenida. Dentro se ha rodeado de sus tótems adorados, las sillas, en un espacio diáfano en el que tiró prácticamente todos los tabiques. Su obsesión por los asientos viene de lejos. Todavía recuerda su primera silla, cuando era un niño, de cuero y madera pirograbada. En la casa de sus padres se acumulaban las Thonet; no por nada muchas de sus obras están construidas a partir de ellas. El primer readymade que llevó a cabo fue precisamente un recuerdo de su infancia. “Las Thonet me interesaban porque son el primer objeto manufacturado de la humanidad”, asegura. “En 1850 la madera curvada era revolucionaria y a finales del XIX se habían vendido más de 40 millones de ejemplares”. Acostumbrado a transformar, ha unido el oficio de diseñador y de escultor; redimensiona los asientos, los reinterpreta, los convierte en joyas codiciadas. Pablo Reinoso materializa las curvas, rompe el equilibrio y el resultado es que sus obras parecen desplazarse, tener movimiento. Resalta el componente social de las piezas y su capacidad para adaptarse. “Desvío y eludo su función original, me centro en la construcción de un objeto basado en la arquitectura y la escultura”.
No sólo madera curvada: en su taller se acumulan asientos tribales de pueblos y etnias que en algunos casos ya no existen. “Son una referencia; yo cambio, ellas no”, nos dice. Trabaja solo y manda luego a fabricar sus diseños. Tiene una sala de exposiciones donde pone a dialogar sus trabajos y recibe a los compradores, aunque trabaja casi exclusivamente con pedidos directos.
Otra de sus series, presente también en las paredes, es la de los Respirants. Son instalaciones confeccionadas con tela ultraliviana con un ventilador que funciona con intervalos entrecortados, creando una respiración visual y auditiva. “Elegí el aire para desmaterializar la materia. El mensaje que transmiten es la relación de interdependencia entre la respiración y la vida”, dice. Es fácil calificar de surrealistas sus piezas, pero él prefiere otras comparaciones. “Me identifico más con la desmesura razonada o el desatino medido de Gaudí”, explica. En este momento está imparable, con exposiciones en varias ciudades del mundo, además de la publicación de dos libros, Les designers français et leurs intérieurs y Talentos argentinos en París.