Parece que el tiempo se ha detenido y que uno se encuentra en este chalet en el Val-d’Isère totalmente aislado del resto del mundo. Es que en realidad la construcción se halla un poco alejada de la urbanización de esta famosa pista de esquí, que figura entre las más conocidas de los Alpes franceses. Los dueños, una pareja de parisinos, adoran las construcciones tradicionales, pero sobre todo las casas con historia. Y como sabemos, la arquitectura de los Alpes no ha cambiado en siglos.
Por eso cuando llegaron quisieron respetar su esencia; además de dominar el valle, esta casa lleva más de cuatro siglos soportando temporales y cielos azul índigo. Al comprarla apenas quedaban en pie los muros exteriores; estaban en muy mal estado, pero permitían intuir la distribución y medidas de los espacios. Ese fue anzuelo más que suficiente para despertar la capacidad visionaria de este matrimonio, en el que ambos son expertos en antigüedades.
Se adaptaron a las primitivas estructuras de la casa y sólo marcaron un par de líneas básicas a los arquitectos. Resultado: una construcción de dos pisos, con las zonas comunes en la planta baja y los dormitorios en la superior.
Lo que primero se hizo fue desmontar cada uno de los tablones de alerce, que fueron cuidadosamente numerados. Luego se revistió la estructura con una capa de hormigón, que redujo ligeramente el volumen, y entonces se construyó y retapizó la casa con la madera original. Esta técnica de desmontar y volver a montar es muy típica en las construcciones de los Alpes. Además de la madera, que es el denominador común, protagonista que da uniformidad revistiendo pisos y muros, también predomina la piedra de la región.
Para la decoración buscaron el equilibrio entre lo rústico y lo sofisticado, lo antiguo y lo moderno. Muebles a medida, como la cama de la pieza principal, que se combinan con piezas antiguas que fueron recuperadas; otras de un pronunciado gusto burgués y que en la mayoría de los casos se presentan con una pátina y un color que los asemeja, como si hubiesen estado siempre allí. Y si bien se preservó la autenticidad, se evitó el aspecto folclórico.
“Es una casa íntima y acogedora, con una luz muy especial. Un espacio para encerrarse y no salir”, dicen los dueños de esta verdadera caja fuerte. “Nos sentimos muy bien en este entorno único, poblado de árboles centenarios, una fauna libre y el ruido de los arroyos en el tiempo del deshielo que despierta los sentidos. La naturaleza muestra todos sus aspectos y cuando llega la nieve, la casa queda casi enterrada en ella”.