Una inmensa puerta roja, con el diseño típico de las puertas de los graneros, da la bienvenida a esta casa en Bahía Coique, que tiene una vista privilegiada a la cancha de golf, al lago Ranco y al campo. Sus dueños, un matrimonio con cuatro hijos grandes, llevaban casi 15 años veraneando en este lugar cuando decidieron por fin hacerse una casa que pudieran disfrutar en familia, como les gusta. En los días de lluvia salían a caminar pensando que algún día iban a encontrar un terreno, hasta que apareció. Saber de quién era el sitio fue un trabajo largo, pero después de casi un año, lo lograron. Tras encontrar el terreno, vino la segunda parte: la construcción. Aunque conocían a varios arquitectos santiaguinos, decidieron trabajar sólo con gente de la zona, para asegurarse que conocieran el clima y los materiales como la palma de su mano. Después de pensar y preguntar contrataron a la dupla perfecta: el arquitecto Felipe David y el constructor Harald Keutmann. Antes de partir la dueña de casa les contó todas las cosas que le gustaban: el sol, la luz, las velas, el silencio, la familia y los amigos. Y su marido les dio otro concepto clave: esta casa tenía que ser un refugio familiar, un lugar donde pudieran descansar y compartir juntos, pero cada uno con su espacio. “Es una casa que está cargada de amor, cada espacio está pensado. La idea de esto es dejarle a nuestros hijos esta casa familiar como legado. El día que nosotros no estemos, que sea el lugar de unión, de familia”, cuentan. Mientras el equipo trabajaba a mil kilómetros de distancia, en Santiago sus dueños contrataron a la oficina de diseño interior de Enrique Concha & Co. e inmediatamente empezaron a buscar cada uno de los detalles que le darían vida a esta casa. Juntos recorrieron todas las ferias, bazares y tiendas que pudieron, y de a poco fueron encontrando lo que buscaban. Le compraron el “rincón del puro” a la decoradora Clara Gil en CasaCor, igual que varios muebles más a otros decoradores; compraron gran parte del mobiliario donde Enrique Concha & Co., y también recorrieron tiendas como Falabella y CasaIdeas. Hasta de los viajes se trajeron cosas, como las dos lámparas de cristal que están sobre la mesa del comedor. Durante un año, juntaron todo lo que pudieron. Velón que compraban, velón que guardaban.
Todo este minucioso trabajo de recolección lo hicieron mientras iban por lo menos una vez al mes a Bahía Coique a realizar visitas de obra para ver cómo iban los avances de la casa, que se pensó como un granero típico del sur. Para lograr ese look acogedor trabajaron sólo con maderas: tejuelas para el exterior, pino oregón en los pisos y muros y pino insigne en el cielo. Una de las gracias de esta casa es que está dividida en tres volúmenes. En el silo está el garage, el lavadero y una pieza con salita y baño, perfecta para los invitados; en otro de los volúmenes está la cocina, living, comedor y la pieza de los dueños de casa; y en el último están las cuatro piezas de sus hijos, cada una con un pequeño altillo pensado para las futuras generaciones. Pero uno de los lugares que más llama la atención es el bar, que también funciona como mesa de trabajo. “A mí me gustan los aperitivos más que los asados, la buena conversa y el baile”, cuenta el dueño de casa. Para armarlo ocuparon el mueble que compraron en CasaCor hace dos años y mandaron a hacer la continuación, para que fuera más grande. La barra la hicieron con una raíz de alerce de más de 500 años, que pesa 250 kilos. Ricardo Jiménez, un artesano de la zona, fue el encargado de convertirlo en la mesa central del bar. La dueña de casa cuenta que el trabajo de la oficina de Enrique Concha & Co. fue crucial. Ella siempre quiso que la casa fuera bien ecléctica, por eso compró cosas de todos los precios, en todos lados. Pero el decorador y su equipo, que sólo vieron la casa dos veces, fueron los grandes gestores que lograron armar la atmósfera que buscaban, haciendo que se viera coherente y con mucha personalidad. Y como les encanta compartir su casa con todos, están siempre invitando gente. “Nos encanta convidar, recibir a los amigos. La idea de esta casa es que la podamos gozar”. Por eso no extraña el nombre con que la bautizaron: Hue Quimei, que en mapudungún significa “lugar bueno”. “Esta es una casa que invita al relajo, a la conversación; a uno no le dan ganas de salir. Vamos todos los meses. Nosotros nos devolvemos y ya tenemos los pasajes del bus comprados para la siguiente ida”, cuentan.