Arquitectura

Patrimonio, un ejercicio diario

Hace algunos años, mientras vivía en Barcelona, caminaba por Paseo de Gracia cuando, frente a la Casa Milà (La Pedrera), lo que es considerado como el edificio civil más emblemático del arquitecto catalán Antoni Gaudí, me di cuenta de una situación que me llamó la atención: un grupo de niños y niñas, de unos 7 años, sentados en el suelo escuchaban atentos a quienes parecían ser sus profesoras. 

¿Qué pasaba ahí? Los observé un buen rato. Aquellos niños estaban recibiendo educación patrimonial. Las profesoras no sólo les explicaban la importancia del edificio que observaban, lo que significaba para su ciudad y quién era Gaudí, sino que además les mostraban con fotos detalles de la obra para que pudiesen conocer las características arquitectónicas que definían su estilo, todo esto mientras los niños y niñas escuchaban atentos y dibujaban. Cuando terminaron me acerqué a hablar con las profesoras; lo que observé es parte de la educación habitual que reciben desde pequeños en los colegios. Esa imagen me siguió todo ese día y la idea aún ronda por mi cabeza. 

Foto David Rüsseler, en Unsplash.

Hace algunos días celebramos el Día de los Patrimonios, nos llenamos de actividades en torno al patrimonio, principalmente arquitectónico y la imagen de esos niños y niñas vuelve a mi cabeza. Un día donde queda en evidencia lo poco que conocemos, un día donde salimos a descubrir un mundo nuevo, un día donde nos percatamos que educacionalmente nos falta mucho y la prueba de aquello es el poco o nulo conocimiento y cuidado que recibe todo aquello que representa nuestro patrimonio, la historia de nuestro país. 

Y mi crítica, constructiva, nos incluye a todos. Si no existe una política de Estado real y eficiente que proteja y difunda nuestro patrimonio, si no está incorporado este ítem dentro del sistema educacional, si los arquitectos y arquitectas no defendemos el patrimonio arquitectónico y diseñamos dando valor a lo existente antes de demoler, ¿qué le podemos exigir a los ciudadanos? Nadie ama lo que no conoce, y menos aún lo cuida. 

Foto Carolina Espinosa.

La educación es fundamental y en lo que respecta al patrimonio arquitectónico el déficit es mayor. Nombres como Violeta Parra, Gabriela Mistral, Nemesio Antúnez, Claudio Arrau o Roberto Matta, por mencionar algunos personajes históricos que representan nuestra historia, son conocidos o medianamente conocidos, sus nombres pueden ser mencionados en colegios. Pero ¿qué pasa con Luciano Kulczewski, Emile Jéquier, Abraham Schapira y Raquel Esquenazi, Luz Sobrino? Por mencionar a algunos arquitectos y arquitectas cuyas obras forman parte de la historia de nuestras ciudades ¿Qué pasa con sus obras? Caminamos a diario frente a ellas y no lo sabemos. No las valoramos. Sólo un día al año, nos abren las puertas a este conocimiento o parte de él

Lo que debemos entender es que somos lo que somos y seremos lo que seremos solo si somos capaces de valorar y re-conocer el camino transitado y para eso es necesario que el patrimonio sea un ejercicio diario, algo que seamos capaces de defender como lo hacemos con nuestra bandera y nuestro himno. Y para eso, primero, debemos reconocer su importancia, invertir en su legado y difundirlo siempre. 

La arquitectura debe ser parte de la narrativa histórica que aprendemos en el colegio, entender que a través de ella podemos distinguir y conocer la evolución de los tiempos, las influencias de cada pueblo, las formas de vida, las diferentes tecnologías, etc. Y es en esa narrativa histórica donde, además, debemos visibilizar a aquellas que fueron olvidadas y poco valoradas en la creación y diseño de nuestras ciudades, las mujeres

¿Por dónde comenzar? Por los niños y niñas, invertir en su educación es garantizar el futuro cultural del país y, mientras tanto, reconocer el valor del patrimonio arquitectónico. 

Hay pocos ejemplos a destacar, pero hay uno en particular que nos puede ayudar a abrir una hoja de ruta sobre cómo proceder: el Palacio Pereira. Una mansión neoclásica encargada por Luis Pereira Cotapos al arquitecto Lucien Henault, que fue construida entre 1873 y 1874. Fue ocupada por la familia Pereira hasta 1932, luego de eso pasó a ser sede del Arzobispado, un colegio de niñas y un centro comercial, siendo ocupado hasta la década de los 80 y declarado Monumento Nacional en 1981

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Después de esto estuvo en completo abandono por cerca de 40 años hasta que fue adquirido por el Fisco el año 2011, como parte del proyecto Legado Bicentenario del primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014). El Ministerio de Bienes Nacionales llamó a Concurso Público para su restauración, siendo el proyecto ganador el presentado por la arquitecta Cecilia Puga, junto a Paula Velasco y Alberto Moletto. Esta valoración del patrimonio nos permite hoy disfrutar de parte de la historia arquitectónica de nuestro país con un proyecto que no solo pone en alza el estilo ecléctico del edificio original, sino que además incorpora nuevos elementos en completa armonía con lo existente. Un verdadero regalo para la ciudad de Santiago y sus habitantes. 

Este ejercicio, el rescate patrimonial, es una decisión difícil, ya que requiere de una inversión mayor. Lo fácil es demoler. Pero la historia se construye en base a decisiones difíciles, pensando en el futuro sin olvidar el pasado. Y para eso la protección legal es tan importante como la difusión y educación patrimonial, como también su financiamiento. De nada sirve tener una Ley de Monumentos Nacionales si esta no considera un presupuesto que lo respalde. No debemos olvidar que lo que hacemos hoy es parte de nuestro patrimonio futuro, así de importante son nuestras decisiones. El patrimonio otorga identidad y la identidad construye respeto. Sólo el respeto por lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos, es lo que nos hace y hará una gran Nación

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