Si bien el Banco Mundial estimó a inicios de esta década que la población urbana mundial se duplicaría en los próximos 30 años, todavía el 25% de la población nacional vive en territorios rurales (Censo 2017) y un 83% de las comunas de todo el territorio nacional se califican como de alta ruralidad (PNDR 2020). Además, aún queda por evaluar si el impacto de la pandemia provocada por el virus COVID-19 y los cambios tecnológicos asociados al trabajo modificarán las dinámicas de desplazamiento urbano-rural en las próximas décadas.
Es un hecho: existe una importante presencia de la ruralidad en el territorio nacional, sin embargo, empujar la inversión para proyectos de infraestructura comunitaria en estas zonas es un desafío complejo. Es por esto que lanzar un libro que recoge el proceso de articulación, diseño, paisaje y participación de las comunidades para construir espacios públicos rurales no es al azar, responde a una necesidad real.
Hablar de espacios públicos rurales trasciende a la infraestructura. Son puntos de encuentro, desarrollo local, puesta en valor del patrimonio cultural y natural, donde se generan beneficios sociales y económicos, y otros intangibles que difieren de los estándares de la vida urbana. Después de 5 años de trabajo en la provincia del Choapa, creemos necesario mostrar cómo este tipo proyectos se pueden llevar adelante.
La articulación público-privada en este tipo de proyectos permite avanzar en ese impacto que tantas veces cuesta justificar en territorios donde la cantidad de habitantes no supera las 50 mil personas. De la mano de empresas y gobiernos locales que han apostado por un programa a gran escala, los datos cobran más sentido. El libro Espacios públicos rurales: comunidad, arquitectura y paisaje se basa en la iniciativa RECREO que tiene, a la fecha, más de 26 mil beneficiarios, 37 proyectos de espacio público comunitario y más 66 mil m2 de intervención. Sólo a través de la articulación de Minera Los Pelambres y las Municipalidades de Canela, Salamanca y Los Vilos fue posible crear un programa donde son las mismas comunidades las que postulan sus proyectos de espacio público y los hacen realidad a partir de sus necesidades.
Las mismas comunidades nos han enseñado el uso de estos proyectos. La infraestructura no se entiende en sí misma, sino que en su vinculación con el cotidiano de las personas que la habitan. La experiencia nos ha demostrado que la participación de las comunidades en el diseño de sus proyectos marca la diferencia, aportando con la sabiduría de su entorno natural, sus dolores y necesidades, sus motivaciones y anhelos, sus ritos y tradiciones.
Desde Fundación Mi Parque estamos seguros que este tema no se puede dejar de tocar, menos cuando estamos en un contexto de país donde hablamos de descentralización, de políticas pertinentes a las necesidades territoriales, de reactivación económica y social. Que no se nos olvide ese 25% de habitantes, que suele concentrarse en niños, niñas y personas mayores. Que no se nos olvide el rol del espacio público en nuestra sociedad. Si bien es más difícil su ejecución en territorios rurales, las estrategias existen y no dudamos que las voluntades también.