#ED20AÑOS: La primera casa

Seguimos recordando nuestra historia con la primera casa que fue portada en 1995.

En 1995 se imprimió la edición número uno de la ED. La primera revista hecha en Chile sobre decoración y estilo de vida, y por supuesto tuvo un gran impacto. Nunca se había hecho algo así, un espacio donde se pudieran ver casas de personas conocidas y los lugares donde todos querían estar. La portada del primer número fue también un éxito: una casa roja, potente y con harta personalidad.

“Cuando estábamos haciendo las fotos de la casa de la María Olivia Guzmán con la Ana María López, supimos que era la portada. Siempre quise que el título del primer número fuera Santiago Chic y ella representaba exactamente eso, así que fue perfecto”, cuenta Ignacio Pérez-Cotapos, fundador de la revista y director hasta el año 2012.

Revisa las fotos de la primera casa y lee el artículo completo, acá:

 

A partir de una seda

Los colores, los tapices, los materiales, los objetos. Todo lo que María Olivia Guzmán escogió para su nuevo departamento fue determinado por el colorido de una tela que trajo de un viaje a la India. Verdes y rojos fuertes se convirtieron en cojines. Y ellos, en el centro de la decoración.

Por Patricia Hurtado · Fotos Ana María López · Texto Angélica Cerda

Distinguida, refinada, elegante, delicada, en fin. Son muchos los adjetivos con los que la definen quienes la conocen. Quizás una de las mujeres más chic que circulan por Chile, se atreven a decir varios. Y es que María Olivia, con su largo pelo tomado en un moño, siempre vestida de sport y envuelta en alguno de sus numerosos chales, resulta una mujer realmente sofisticada. Una mujer con estilo que pareciera no cambiar con el tiempo.

Hace justo dos años, un día primero de agosto –fecha de su cumpleaños– llegó junto a su hijo Guillermo y sus dos perros, a vivir a este departamento del cual nos abrió las puertas. Ubicado frente al parque de Américo Vespucio y en un octavo piso, esta mudanza significó para ella un gran cambio en lo que venía siendo hasta entonces su estilo de vida.

Acostumbrada a vivir siempre en grandes espacios –primero en un amplio departamento en Buenos Aires y luego en una gran casa en el sector alto de Lo Curro–, la elección de este departamento la tomó con la idea de simplificarse la vida. Y, como dice ella, vivir la vida más simplemente.

Está feliz con su determinación, y ha gozado este tiempo en el que ha aprovechado cada rincón de su hogar. “Siento que al vivir en espacios más reducidos la sensación de hogar se hace más patente. Como dispones de menos metros cuadrados, obligadamente tienes que compartir. Las piezas están más cerca unas de otras, el living pasa a ser el centro de la vida familiar y no sólo un lugar para recibir visitas, te metes más a la cocina, en fin, hasta en los pasillos te topas más”, señala, en el fondo, con ganas de que muchos pudieran estar viviendo lo que ella de cierta forma descubrió en estos años.

Siempre cercana a todo lo relacionado con la decoración –estudió un año de diseño de interiores en el Inacap, está suscrita a cuanta revista europea acerca del tema existe y no hay viaje que haga en el que deje de darse una vuelta por museos y tiendas de antigüedades–, siempre ha preferido prescindir de asesorías externas para montar sus casas. Y para ello tiene sus propias pautas. Lo primero que define son los colores que dominarán. Dos o a lo más tres. Y a partir de ellos, todo lo demás. Para su departamento, que se lo entregaron con las paredes empapeladas blancas y alfombrado en rosa viejo, escogió los verdes y rojos. La razón: tenía guardada hace bastante tiempo una seda que había traído de la India en esos tonos y quería usarla a como diera lugar en su decoración. A éstos agregó un tercero, el amarillo, que es el que da la unidad a todos los ambientes. Amarilla es la alfombra, los cielos y la base del patinado de puertas y molduras en todo el departamento. Así, con bastante audacia, María Olivia fue jugando con estos tres colores y sus gamas para ambientar dormitorios y estares.

Determinantes fueron también al momento de decorar, todos los objetos y muebles que escogió minuciosamente de la antigua casa (muy pocas cosas son nuevas o adquiridas especialmente para este departamento). Guiada por lo que significaban para ella afectivamente más que por su valor material, la mayoría de las cosas que llevó consigo resultan ser recuerdos. De algún viaje, de alguna persona, o de alguna situación. Por esto le asignó un lugar destacado a cada una y varias de ellas se convirtieron en el foco de atención del espacio al que fueron destinadas.

Como gran parte de la actividad de esta familia se concentra en el living, todo lo que está puesto en él se eligió para aprovecharlo al máximo. De partida, María Olivia tiene en él su centro de operaciones y por eso su escritorio tiene un lugar preponderante. Como directora de un taller de costuras que da trabajo a un grupo de mujeres de bajos recursos y cuyas ganancias van en ayuda de la sociedad protectora de la infancia, el rincón que este escritorio ocupa, es su oficina. En él saca cuentas, diseña y programa la producción de los delantales –entre otras cosas– que se venden en varios supermercados. Una cómoda francesa, que antes fuera su velador, también adquirió en este espacio vital importancia. Por una parte, como elemento decorativo del muro principal rodeada de cuadros de artistas contemporáneos y, por otra, cumpliendo la función de archivo de cuanto papel existe.

En vez de sofás, como es lo habitual en un living tradicional, María Olivia dispuso dos cómodos chaise longue. ¿La razón? Primero, porque es en el living donde se ven películas y televisión (como son cánticos tienen una sofisticada instalación de audio y descuelgan una pantalla gigante por sobre cuadros y cómoda) y segundo, porque es además donde los dueños de casa o alguna amistad (generalmente después de un almuerzo preparado por ella) duermen la siesta. Por esto último también tienen su razón de ser los chales que siempre se encuentran en este espacio.

La mesa de centro, traída de la India y trabajada completamente con incrustaciones en lapislázuli, amatista y otras piedras de colores, sirve de soporte a la gran cantidad de revistas de arte, moda y decoración que María Olivia disfruta leyendo. “Es la manera de estar cerca de algo que físicamente está tan lejos. Me encanta estar al tanto de todo lo que pasa en Europa y Estados Unidos, sobre todo en materia de arte a pesar que no soy una gran entendida”, señala. “Es más, hace poco comencé a interiorizarme de lo que estaban haciendo los artistas acá en Chile y de a poco he ido adquiriendo algunas obras”.

Así, a dos cuadros de Ulises Caputto que tenía en su dormitorio en la antigua casa y a varias obras realizadas por su ex marido, Carlos Gellona –entre ellas un retrato suyo que domina una pared del comedor– se han ido sumando pinturas de García de la Sierra, Gana, Carreño y Manolo Valdés (español) como incipiente muestra de esta nueva inquietud.

Importante es también para María Olivia la antigua alfombra que cubre gran parte del living ya que se la regaló su amigo, el decorador Luigi. “Cuando estaba recién instalada vino a verme y apenas entró me dijo que tenía la alfombra que yo necesitaba. A los pocos días volvió con ella bajo el brazo y él mismo la instaló, y la verdad, se ve preciosa”.

En su dormitorio, engendrado en verde manzana, la historia se repite: cada objeto, un relato. Destaca entre ellos un juego de cómoda y veladores en madera pintada que trajo de un viaje a Florencia –en base a las cuales decoró su pieza– y una colección de tabatierre que en su mayoría perteneció a don Jorge Alessandri. “Fui al remate de sus cosas y me enamoré de ellas. Desde entonces le copio la idea de juntar botellitas y, hasta ahora, he agregado varias de mi cosecha”, señala en una historia de nunca acabar… porque María Olivia podría pasarse un día entero contando la procedencia de cada cosa que escogió para este: su nuevo departamento.

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