Marcia Haydée, ex bailarina, musa del coreógrafo sudafricano John Cranko y actual directora artística del Ballet de Santiago, elige personalmente los seis títulos que cada año conforman la cartelera del escenario más importante de Chile. Desde su oficina en Agustinas, rodeada de retratos de John Neumeier, Raymundo Larraín y otros grandes nombres de la danza internacional, asegura que siempre quiso montar el Zorba de Lorca Massine basado en la novela de Nikos Kazantzakis. Recién este año fue posible: “Es un ballet fantástico, una obra trágica que necesita una condición física muy importante, especialmente por parte de los bailarines hombres. Hoy, cuando nuestros bailarines están en su mejor momento, me gusta pensar que parte del viaje de Zorba inscribe su historia en Chile”, cuenta la directora.
Hace años que Marcia no baila, pero practica yoga a diario y ocasionalmente se sube al escenario para representar roles dramáticos. Ella supervisa todos los ensayos: “¿Vieron a Lorca Massine bailar a sus 69 años? ¡Es una maravilla!”, asegura. Para esta apasionada profesional de origen brasilero no existen diferencias entre una compañía clásica y otra moderna: “Hoy está mezclado. El bailarín tiene que estar físicamente preparado para todo, al que sólo le gusta hacer una sola danza no es el bailarín ideal”, sentencia.
Andrés Rodríguez, director del Teatro Municipal, agrega: “Tenemos una sola compañía de ballet, ellos hacen toda la temporada. Ya sea ballet clásico, demi-caracter o moderno. Son muy flexibles y lo que hacen lo hacen bien. Es gente que quiere su trabajo y que se desvive por él. Yo estoy convencido de que es la mejor compañía de ballet de Latinoamérica, la con más repertorio y la con más mística”.
La compañía por dentro
A un pasillo de distancia de la oficina de Marcia se encuentran las salas de ensayo. Hasta ahí llegan a diario los más de 60 bailarines que conforman la compañía: el bailarín estrella, Luis Ortigoza, los seis principales, los nueve solistas, el cuerpo de baile, los aspirantes y pre-aspirantes. La mayoría ha salido de la Escuela Municipal de Ballet, pero también hay jóvenes que vienen desde Argentina, Brasil, España y Colombia y durante el entrenamiento y ensayo deben estar preparados para recibir instrucciones de sus profesores en inglés, francés y español.
Las bailarinas –todas con el pelo ajustado en un severo moño– realizan su entrenamiento separadas de los bailarines hombres. Su rutina comienza puntualmente a las 10 de la mañana. Polainas, chales y polerones ayudan a que no se les enfríen los músculos, pero a las 10:15 ya están transpirando. En las barras practican posturas de estiramiento, precisión y equilibrio que más tarde les servirán para el ensayo de Zorba. El profesor se pasea atento dando las instrucciones mientras ellas memorizan delicados y exigentes pasos, ayudándose con las manos: un golpecito en la muñeca y un barrido de dedos por cada giro que deben realizar.
Marcia Haydée apunta que la relación aprendiz–maestro está basada en el respeto y la admiración: “Los grandes maestros se hacen su nombre sabiendo hablarle a los bailarines. El bailarín es una persona muy especial, muy sensible, hay profesores que pueden destruir la confianza de sus alumnos con una sola palabra”, asegura.
La segunda parte del entrenamiento ocurre al centro de la sala, delante de los espejos. A una puerta de distancia están los bailarines hombres; ellos, al igual que las mujeres, siempre ocupan sus mismos lugares dentro de la sala. La energía que se percibe es intensa; aprendices y consagrados transpiran mientras saltan y giran. Se corrigen entre ellos y se dan consejos, todos ejecutan pasos que desafían coordinación y fuerza. “El bailarín tiene que transmitir todo con su cuerpo, no tiene palabras, el cuerpo es su lenguaje. El baile tiene el beneficio de ser un lenguaje universal, que cualquier espectador en cualquier parte del mundo puede comprender”, destaca Marcia.
¿Es muy conflictiva la relación que tiene un bailarín con su cuerpo?
Cada bailarín tiene su propia relación con el cuerpo. Yo tengo una relación muy buena con mi cuerpo, soy amiga de él. Cuando bailaba le daba una orden y mi cuerpo me respondía inmediatamente. Si yo tenía un dolor y en la noche tenía función, encontraba una manera para que durante el espectáculo ese dolor desapareciera, hasta que cayera el telón y recién ahí me volvía a doler.
Esa dinámica se repite puertas adentro en el Teatro Municipal de Santiago. Bajo la vigilante mirada de un equipo de kinesiólogos liderados por Roberto Saldivia, la compañía memoriza en pocas semanas los pasos de Zorba. Durante este proceso, las lesiones más comunes son los esguinces de tobillo y complicaciones en la zona lumbar y en la cadera. El tratamiento que reciben los bailarines varía según cada uno, pero es prácticamente el mismo de un deportista de alto rendimiento: “Hay que actuar rápido, si es una contractura muscular, hay que aliviar el dolor pero también dejarlos listos y funcionales para que vuelvan a sus ensayos lo más pronto posible”, dice Glesia Araneda, una de las responsables.
Los kinesiólogos conocen el historial de cada uno de los bailarines, su personalidad y cómo responden a los tratamientos.“El grado de dolor que soportan en esta compañía es muy alto. De hecho van a vernos en el poco tiempo libre que tienen entre clases, nunca se saltan un ensayo, para ellos perderse un ensayo es fatal, muchas veces, por no faltar a clases, hacen como si no tuvieran dolor”, cuenta Glesia.
Comúnmente se dice que lo primero que requiere un bailarín es la constancia, porque si deja de bailar dos días necesita de otros dos días para ponerse al día. Rodrigo Guzmán sabe bien de esto: tiene 33 años y desde hace ocho es el primer bailarín de la compañía: “El 2007 me diagnosticaron artritis reumatoide, una enfermedad que no tiene cura, y luego se me cortó el cordón de Aquiles el año 2009. A pesar de eso, aquí estoy todo el día trabajando. Cuando estamos aquí ensayando nos matamos. Imagínate interpretando a Zorba, que es el protagonista… esto es una prueba a la resistencia”.
¿Es muy dura la competencia entre ustedes?
Es que la vida es competitiva, desde que estás en el colegio empiezas a ver quién es más estudioso, quién rinde mejor; creo que eso mismo después se acentúa en todos los ambientes laborales. Aquí hay tanta competencia como en cualquier trabajo. Pero la mayor competencia es contigo mismo, para mí no existe la posibilidad de quedarme atrás porque me gusta luchar por ser mejor bailarín, girar mejor, saltar más.
Marcia Haydée asiente. Ella ha dirigido la compañía en dos períodos y conoce de cerca las exigencias que requiere este oficio.
¿El bailarín nace o se hace?
El bailarín tiene que querer ser bailarín y querer esta carrera, sin esa voluntad es mejor que haga otra cosa. Debe tener salud y un estado físico muy fuerte que aguante la demanda. A veces pienso que hay cierta predisposición anterior al baile, al entrenamiento, al ensayo.
¿Y el ego?
El ego es parte de cada uno de nosotros y de la vida. Todos tenemos ego. Si no tienes ego, no puedes vencer en la vida, pero tiene que estar bien canalizado, porque algunos creen que el ego es más grande que su capacidad.
El Zorba de Massine
El coreógrafo neoyorquino Lorca Massine se pasea sigilosamente delante de los espejos de la sala enseñándole a los bailarines principales los detalles de los pasos, la mayoría inspirados en bailes tradicionales griegos. Massine tiene 69 años y puede girar y saltar con la misma destreza que sus aprendices más jóvenes. Para todos los presentes en la sala (profesores, bailarines, pianistas de ensayo) es considerado un maestro. Han pasado dos semanas desde que la compañía comenzó a ensayar con él y sus instrucciones son precisas y breves, les pide intención dramática a sus bailarines, pero les da libertad expresiva, el carácter que cada uno le imprimirá a su interpretación.
Para Marcia Haydée este es uno de los momentos más desafiantes del ballet: “El coreógrafo es tu futuro, está creando algo para ti. Si un coreógrafo no tiene un bailarín, no tiene cómo mostrar su obra, y el bailarín sin un coreógrafo no tiene cómo mostrar nada nuevo”, afirma. Por su lado, Lorca Massine agrega: “Para mí, el ensayo es cuando te conectas con otro artista. Aquí uso mi autoridad, claro, pero no de manera dictatorial, sino para enseñarles lo que yo sé. Actúo como un filtro de las enseñanzas que me transmitieron mis grandes maestros y que yo transmito a la vez para ellos”, cuenta.
Massine, hijo del célebre bailarín y coreógrafo ruso Léonide Massine, comenzó su carrera a los quince años, alternando danza contemporánea con performances. Se hizo un nombre y una carrera propia en las mejores compañías de teatro europeo y hace 25 años empezó a trabajar en el proyecto de Zorba, el griego: “Ha sido toda una aventura. Nunca esperé que esta pieza llegara tan lejos, pero pasó”, asegura. La obra es una de las más representadas en los teatros internacionales (más de 5.000 veces) y ha dado la vuelta al mundo. Para él es importante porque transmite la catarsis, un mensaje que viene desde la antigua Grecia: “En esa época el público iba al teatro como una terapia a purificar su mente y su alma. Lo que trato de hacer aquí es traer de vuelta esa filosofía de ir al teatro no sólo por entretenimiento, sino que también para remover las bases de la tragedia, de la celebración y la liberación. Todos tenemos un corazón de Zorba que se abre al final. Dejas el espectáculo con la misma sensación de una terapia”.
¿Desde que se estrenó en la Arena de Verona en 1988 hasta hoy, en el Municipal de Santiago el 2013, la obra sigue siendo la misma?
No. La obra ha evolucionado. Soy un artista que ama el movimiento. Creo que el tiempo te enseña muchas cosas y sería una lástima no utilizar ese aprendizaje en favor de expresar lo que ideaste hace varios años, pero de mejor manera. Quizás de una manera más sintética, más simple, más meditativa. Pero siempre es una premiere, siempre estamos debutando.
Los personajes principales de esta obra son hombres. ¿Qué refleja esa masculinidad en el escenario?
El hombre en el ballet es siempre elegante, suave, un príncipe. Desde la antigüedad hasta hoy, cuando sube un hombre al escenario a bailar, emerge cierta gracia que une lo masculino y lo femenino. Creo que eso nos ayuda a acceder a un ser humano integral, completo y complejo.
Cuando Rodrigo Guzmán, que interpreta a Zorba, supo que la compañía montaría este ballet, lo primero que hizo fue salir a una tienda a pocas cuadras del teatro a comprar la película que en 1964 dirigió Michael Cacoyannis. Al verla se emocionó con la trágica aventura que protagonizan Anthony Quinn y Alan Bates: “Es la historia de un griego que lucha por la libertad. En un momento le dice a su amigo que él tiene todo en esta vida para ser feliz, pero le falta locura y un hombre sin locura no se anima a cortar las cadenas para ser libre. Ese mensaje me encantó y eso es lo que intentamos transmitir con este montaje”.
Un perfecto ensamblaje de oficios
En la recta final antes del estreno, los ensayos se trasladan al escenario, donde los bailarines tienen que realizar de corrido todas las escenas, además de coordinar sus entradas y salidas con el coro y el resto del montaje. Mientras esto ocurre, un piso más arriba una decena de costureros realizan a medida los trajes que ocupará el elenco. En el taller de vestuario silenciosamente se cosen, cortan y bordan una a una las piezas. Teresa Cerceda, conocida como la Tere, muestra las telas que ha elegido el diseñador Jorge Gallardo: una escala de grises, blancos y negros para los protagonistas y el cuerpo de baile de Zorba.
En dos salas separadas se realizan los trajes de hombres y mujeres, hay una tercera sala para pruebas de vestuario, donde se ajustan los detalles bailarín a bailarín, y más allá un mesón donde se ordenan los cortes de telas, etiquetándolos con el nombre y medida de cada uno.
Dos pisos más abajo está la bodega de vestuario, junto con el taller de tocados, pelucas y sombreros. Ahí Carolina Rozas, la encargada del taller, está afinando los detalles de una gran peluca de cuernos que ocupará la única cantante que hay en Zorba, la contralto Pilar Díaz. “Hay que pensar en cómo se lo va a poner, cuánto pesa, que no pique la cabeza, muchas variantes”, dice recubriéndola de pelo sintético. Una peluca así puede requerir cuatro días de trabajo. Felipe Mardones, diseñador de vestuario, fue el encargado de armar y soldar la estructura del tocado: “En este taller hay que ser muy creativo, las piezas deben cumplir un rol estético, pero sobre todo funcional. A un cantante o bailarín no le pueden incomodar ni pesar su sombrero o el tocado”. En su mesa los materiales se reciclan y provienen de inesperados lugares, como telas que adquiere en locales de ropa usada, que con ingeniosos trucos de utilería se transforman en espectaculares accesorios para los trajes.
A una escalera de distancia, en el segundo piso, se encuentra la sala de maquillaje. Para el ensayo general pueden haber más de diez maquilladoras asistiendo simultáneamente a los bailarines. Verónica Hinostroza lleva 26 años trabajando en el Teatro y asegura que el maquillaje va en estrecha colaboración con la iluminación. “Para esta obra vamos a trabajar con caras muy pálidas y rasgos acentuados en los ojos”, cuenta mientras retoca a la primera bailarina Andreza Randisek, quien lleva el maquillaje más desafiante de la obra, con extensiones, peluca, pintura de cara y cuerpo para interpretar a Madame Hortense.
Días antes del estreno la compañía ya tiene incorporados sus movimientos y sólo esperan reemplazar sus cómodas ropas de ensayo por el vestuario definitivo. “Este ballet es nuevo para nosotros, nunca lo habíamos bailado, son movimientos que tenemos que saber incorporar, como cuáles son las partes más críticas, dónde podemos respirar”, afirma Rodrigo Guzmán antes de salir al escenario.
Durante el ensayo general el ambiente es de distensión y entusiasmo. “No hay espacio para el estrés porque el estrés no aporta nada”, cuenta una de las maquilladoras. Los bailarines precalientan en los extremos menos iluminados del escenario mientras los tramoyistas ajustan la escenografía. Cuatro calentadores mantienen la temperatura alta tras bambalinas porque los bailarines no pueden ensayar a menos de 18 grados. Luz Lorca, la sub-directora del Ballet, observa todo desde la platea, orgullosa del trabajo realizado y asegura que está todo listo para la premiere.
El día del estreno los profesores se cruzan con los bailarines en los pasillos del teatro deseándose Merde, merde o Break a leg o Toi toi toi. Algunos bailarines no han comido nada desde el almuerzo porque prefieren bailar con el estómago vacío y otros son capaces de comerse un plato de tallarines antes de la función. Varios ya se pasean con el vestuario puesto. Unos esperan su turno en la sala de maquillaje y otros prefieren maquillarse solos.
Una alarma suena entre los pasillos interiores y escaleras del Municipal cuando faltan quince minutos para que empiece la función. El público ya está instalado en sus asientos, el teatro está lleno y el ambiente es de expectación. Una segunda alarma avisa que quedan sólo cinco minutos y todo está dispuesto. La iluminación lista, la escenografía en su lugar, la orquesta y el coro preparados. Todos los bailarines en sus puestos, estirando antes de salir al escenario. “Cuando se abre la cortina es el momento donde sentimos más miedo, todo lo que hemos aprendido se transforma en un solo gran signo de interrogación. ¿Lo ensayado, será un éxito o un desastre?”, se pregunta Lorca Massine. Se descorre el telón y en este caso, la respuesta es clara.