Grandes amores del cine: Bergman y Rossellini

Se trata de una clásica historia de película, excepto que esta fue la primera. El romance intenso, polémico y prohibido entre la estrella de Hollywood Ingrid Bergman y el director italiano Roberto Rossellini cambió el curso del séptimo arte. Esta es su historia.

Después de haber visto sus películas, Ingrid Bergman no resistió el impulso de escribirle una carta al director donde le menciono que, si necesita una actriz, «estoy lista para viajar y hacer un filme con usted». Así fue el primer contacto entre Ingrid y Roberto. La actriz más famosa del momento, gracias a sus papeles en Casablanca (1942), ¿Por quién doblan las campanas? (1943), Gaslight (1944), y dos cintas con Hitchcock: Cuéntame tu vida (1945) y Tuyo es mi corazón (1946), no hacía más que pensar en volver a la Europa que había abandonado antes de la guerra y hacer filmes neorrealistas.

Roberto Rossellini, por su parte, recibió aquella carta el 8 de mayo del 48, el mismo día de su cumpleaños. De inmediato le envió un telegrama y luego una larga carta con una propuesta para trabajar juntos. La propuesta cambiaría sus vidas, crearía un escándalo gigantesco y, literalmente, torcería el rumbo de la historia del cine.

En su carta, Rossellini le contó a Ingrid su nuevo proyecto a propósito de un viaje por el norte de Roma: Un campo rodeado de alambre de púas con decenas de mujeres polacas, húngaras, griegas, alemanas y lituanas, era escondido por la policía, quienes las mantenían sin contacto con el exterior. Aunque la historia surgió a partir de un viaje del producto Carlo Ponti y no del director, Ingrid Bergman quedó sorprendida y aseguró de inmediato su participación en el proyecto.

Junto con el cineasta crearon su propia compañía productora, Berit Film, antes de comenzar a rodar y poco después comenzó el romance. Bergman dejó a su marido sueco y una hija, mientras Rossellini hacía lo propio con Anna Magnani. El escándalo reventó en Italia y Estados Unidos y para cuando Stromboli llegó a las salas, Hollywood le había cerrado las puertas a la adúltera Bergman. De lejos, parece una bella historia de amor, pero en 1956 Ingrid estaba lista para divorciarse de Roberto y cobrar un cheque de 200 mil dólares por su actuación en Anastasia, el filme que la devolvió al estrellato. “Estaba cansada de vivir en la ruina”, dijo, mientras Rossellini se marchaba a filmar un documental a India con su nueva amante. La prensa del corazón había tenido su fiesta a costa de todo el asunto y daba vuelta la página.

En ese momento fue evidente para muy pocos, pero lo que Bergman y Rossellini habían conseguido en la pantalla era, nada menos, que un nuevo tipo de filme. Una nueva manera de entender el cine.

No era, ni con mucho, una revolución técnica: sus tres títulos clave –Stromboli (1950), Europa ’51 (1952) y Viaje en Italia (1954)– fueron filmados con medios muy escasos, agobiados por problemas de doblaje y edición, pero Rossellini aportaba a la mezcla la vocación neorrealista, de mirada frontal, que había hecho de filmes para una audiencia que recién emergía de la guerra, y Bergman permitía ver a un rostro de Hollywood sumergirse con intensidad total en un drama europeo.

Lo que se conocía hasta esa fecha era que  el sueño de las divas continentales era marcharse a Beverly Hills, directo a filmar superproducciones; pero aquí estaba esta movie star, la favorita de Hitchcock, dejando atrás su pasado para entregarse a tormentosos relatos de malestar social, espiritual y conyugal, que la exigirían física y mentalmente al máximo.

Si en su primera trilogía neorrealista –Roma Ciudad Abierta, Paisá y Alemania Año Cero– el director había mapeado las heridas físicas y sociales de los países devastados por la guerra, su segundo trío de cintas seguía la ruta inversa, directo hacia la intimidad del dolor y luego hacia territorio hasta entonces desconocido. Truffaut, quien vivió el final de ese período en calidad de ayudante y virtual hijo putativo del realizador, diría años después que aunque confundido y derrotado por el fracaso de las películas y de su relación, Rossellini había usado ese “viaje” para descubrir no sólo un país sino un verdadero “continente cinematográfico”, el espacio mental y espiritual en el que se filma hoy.

Pero se olvidaba de Ingrid… 65 años más tarde reclamamos ese continente para ella, también.

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