La Bienal de Arquitectura de Venecia nació en 1980 para celebrarse de manera intercalada y complementaria a la Bienal de Venecia, el encuentro de artes visuales con más de un siglo de vida y el más importante del mundo. Poco le costó a la de arquitectura alcanzar una gravitación equivalente: hoy es el punto neurálgico de la arquitectura mundial, el lugar donde cada dos años convergen los nombres que están en la vanguardia y donde peregrina el público más devoto de esta disciplina.
La versión número XV de la Bienal (inaugurada el pasado 27 de mayo y abierta hasta el 27 de noviembre) ha llamado la atención especialmente por su temática, siendo calificada como la más social, política y activista que ha abrigado la icónica ciudad italiana. El responsable, su curador: el chileno Alejandro Aravena, lumbrera de la arquitectura mundial, alguien que en enero había sido galardonado con el premio Pritzker, el Nobel de los arquitectos. Su buen momento, como ha mostrado Venecia, ha irradiado a la arquitectura que se hace en este rincón del planeta.
El líder de la oficina Elemental convocó a 88 proyectos de distintas partes del mundo –un tercio de ellos liderados por arquitectos menores de 40– bajo la consigna Reportando desde el frente, aludiendo a la vanguardia pero también a una arquitectura de terreno, con las botas puestas, que debe enfrentar problemas que aquejan a millones de personas marginadas, inmigrantes, víctimas de la guerra, de desastres naturales y otras condiciones donde Aravena afirma que su disciplina está llamada a responder con ingenio y pertinencia.
El arquitecto cree que no sólo las tendencias del momento o el talento de un arquitecto le dan forma a los lugares donde las personas hacen su vida, sino que también regulaciones, intereses mezquinos y burocracias. “Hay muchas batallas que necesitan ser ganadas a fin de mejorar la calidad del entorno construido y en consecuencia la calidad de vida de las personas”, dice.
Cree que mejorar la calidad pasa por cosas como luchar en varios frentes al mismo tiempo, así es que su propuesta fue destacar una arquitectura integral. Y particularmente pasa por entender integralmente al ser humano, por lo que la muestra resalta la arquitectura que se hace cargo tanto de necesidades muy concretas como de otras intangibles.
En sus palabras, la XV Bienal muestra “el trabajo de personas que están escudriñando el horizonte en busca de nuevos campos de acción presentando ejemplos donde diferentes dimensiones son sintetizadas, integrando lo pragmático con lo existencial”.
A su llamado respondieron arquitectos como el paraguayo Solano Benítez y su estudio Gabinete de Arquitectura, que con una obra de materiales simples (ladrillo, principalmente), alabada por acercar la arquitectura a comunidades marginadas, obtuvo el León de Oro. O al alemán Manuel Herz, quien mostró el trabajo realizado junto a mujeres de Sahara Occidental: la transformación de un precario campamento de refugiados en una organizada ciudad. Es la muestra más polémica al tratarse de un territorio en disputa.
De los convocados por Aravena, seis son oficinas chilenas: Pezo von Ellrichshausen, Grupo Talca, Felipe Vera, Estudio del Paisaje Teresa Moller, Cecilia Puga y Elton+Léniz. Además está el habitual pabellón de Chile y, acaso la presencia más singular, la de David Basulto, el fundador del influyente sitio ArchDaily, quien fue invitado por los países nórdicos a hacerse cargo de la curatoría de su pabellón.
“Había como una constante muestra de cosas interesantes de Chile en distintas partes de la bienal”, cuenta Basulto. “El pabellón chileno era bueno, lo de Elton+Léniz, que era muy interesante porque era la vida dentro de colegios de niños vulnerables, el Mirador Pinohuacho de Grupo Talca tenía mucha visibilidad… El país tenía una presencia importante y daba que hablar”.
El ministro de cultura Ernesto Ottone, que estuvo en Venecia apoyando la presencia chilena, además de elogiar los pabellones de Perú y de España, destaca precisamente lo hecho por Basulto y su propuesta de diálogo entre la psiquiatría y la arquitectura de esos países. “Instala una reflexión muy pertinente con respecto a qué pasa cuando logran un nivel de desarrollo tal, donde la arquitectura se pone a disposición para pasar a una etapa superior. Finalmente, uno se da cuenta que nunca se llega a satisfacer plenamente las nuevas demandas que van emanando desde la sociedad”, dice.
“Antes había con suerte un chileno en la Bienal, así que era innegable que había algo con Chile”, dice Mirene Elton, mitad del estudio Elton+Léniz, que estuvo allá mostrando el proyecto Andes Shadows, una video instalación que muestra aspectos de la vida cotidiana y al aire libre de alumnos de escuelas de Peñalolén.
“Tuvo una recepción increíble. Supongo que llama la atención porque es distinta, muy audiovisual”, cuenta.
Elton aplaude que Aravena alentara a los distintos arquitectos a compartir durante la etapa de montaje (como ella, más de la mitad estaban por primera vez en una Bienal). Y celebra varias propuestas de sus colegas en Venecia: “Un grupo que trabajaba con el Holocausto y la arquitectura. Una escuela flotante en Perú creada como solución a una inundación… Hay en la muestra arquitectos que dan pequeñas batallas a través de la arquitectura. No es arquitectura de millones de dólares, ni de súper estrellas, pero que resuelve problemas políticos con buena arquitectura”, dice.
El arquitecto Felipe Assadi, decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Finis Terrae, visitó la Bienal con un grupo de alumnos, y dice que no le pareció una muestra activista. “Lo que sí creo es que se hizo un llamado a pensar la arquitectura en un punto de vista más humano. Más centrada en la persona y menos en el show y la técnica que no conduce a nada. No recuerdo haber visto en esta Bienal ninguna pavada de las que he visto en ediciones anteriores, como edificios con parafernalia y fuegos artificiales”.
El pabellón de Chile
Además de los 88 arquitectos convocados por Aravena, 62 pabellones nacionales forman parte de esta Bienal. A diferencia de lo que sucede con los primeros, la dirección artística no tiene control de lo que muestran los países, aunque este año varios sintonizaron con el llamado de Aravena.
Desde luego Chile, cuya curatoría se la adjudicó –tras un concurso público– Juan Román, de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, uno de los núcleos más interesantes del panorama de la arquitectura en Chile (de ahí proviene Grupo Talca, también presentes en la Bienal). “Presentamos quince obras de jóvenes arquitectos, que son sus trabajos de titulación, y que se desarrollan allí donde las políticas centrales no llegan”, cuenta. “Por ejemplo, un comedor de temporeras de un campo de frambuesas. Otros son miradores, centros de reunión. Siempre en la ruralidad, que es donde no llega la política central”.
Román cree que cuando se habla de sectores postergados la regla es una arquitectura “bastante cumplidora no más”. “Sin mayor gracia formal. Y estos proyectos, además de ser atractivos formalmente, le aportan ilusión también al día a día de las personas”, dice.
“Fue frecuente escuchar a destacados arquitectos internacionales recalcar que esta era una bienal especialmente chilena”, dice Cristóbal Molina, comisario del pabellón chileno. “Reconocían el mérito de Alejandro en la dirección, y la calidad del pabellón chileno y del resto de las exposiciones nacionales. Fue emocionante constatar que es una bienal bastante única y de una visibilidad que posiblemente será difícil de repetir para nuestro país”.
Andes Shadows, la exhibiciOn de Elton + Leniz en Venecia