Cuando empezamos a hablar con los expertos para buscar la mejor exposición del 2014, había un nombre que se repetía y se repetía: Christian Boltanski. Rápidamente, y casi sin necesidad de mayor votación, la primera muestra individual de este reconocido artista francés en nuestro país se transformó en la gran ganadora de su categoría. Y aunque para muchos su nombre puede parecer un poco lejano, basta traer a la memoria el gran cerro de ropa que instaló en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes para que todo el mundo lo recuerde.
Poco más de dos meses –del 29 de octubre de 2014 al 4 de enero de 2015– estuvo Almas montada en el museo y literalmente se tomó cada espacio. La exposición incluyó 30 obras de su colección personal, además de la instalación Archivos de corazón, una invitación a los asistentes a registrar sus latidos en una especie de consulta médica; la proyección de una intervención hecha en el desierto de Atacama y la instalación Personas, el comentado cerro de ropa usada que se transformó en la carta de presentación de la exposición Almas en Chile.
A sus 71 años, Boltanski es uno de los artistas más influyentes y sobresalientes del último tiempo, con obras en museos como el MoMA de Nueva York, el Tate Museum de Londres, y el Centre Georges Pompidou de París, además de una sala dedicada a su trabajo en el Museo de Arte Moderno de París.
Una infancia agitada
La vida de Boltanski no ha sido para nada común y es su propia biografía la que ha marcado el desarrollo de su obra. Hijo de madre católica y padre judío –que debió esconderse por dos años para escapar de los nazis–, el Holocausto es una presencia constante en su trabajo. Nacido justo a fines de la Segunda Guerra Mundial, su infancia no estuvo marcada sólo por la herencia judía, también por una personalidad muy singular. “No me gustaba estudiar y no lograba adaptarme al sistema. Tuve una vida feliz porque pasaba mis días haciendo actividades maniacas, obsesivas, cerebrales y solitarias, como pintar. Ni siquiera salía a la calle”, contó en una entrevista.
A los 14 años dejó el colegio y se dedicó por completo al arte. “Tuve la suerte de tener padres que me permitieron hacerlo y que me alentaron a seguir haciendo estas pinturas de gran formato. Pintar, para mí, era casi una especie de actividad terapéutica”, contó.
En 1968 presentó su primera exposición individual, con cuadros, instalaciones y la película La vida imposible de Christian Boltanski. Después de eso, se fue alejando de la pintura para acercarse al trabajo que hace hasta hoy, a través de objetos encontrados, fotografías antiguas, ropa y documentos, siempre con el tema de la memoria y la muerte, el recuerdo y el olvido, como eje conductor de su obra.
Aterrizaje en Chile
“Chile es tremendamente sensible al tema de la memoria, es el gran tema de nuestro país: la memoria, el olvido y todo lo que implica la muerte”, dice Roberto Farriol, director del Museo Nacional de Bellas Artes. Quizás esa es una de las razones del éxito abrumador que tuvo la muestra, con más de 50 mil visitas. La otra es, claramente, la capacidad de Boltanski para lograr que su obra, a pesar de ser sumamente autobiográfica, sea fácilmente identificable con múltiples realidades. “Su trabajo es muy sinestésico, en el sentido de crear sensaciones, de apelar a lo que tú sientes antes de entenderlo. Es una obra que intenta conectar al espectador con su sensibilidad y con su mundo interior”, dice Farriol.
Lograr esta exposición no fue tarea fácil. Todo partió como una idea casi loca y se llevó a cabo gracias a la colaboración entre el museo y la curadora Beatriz Bustos. “Sabíamos que si esto funcionaba iba a tener un gran impacto”, cuenta Farriol.
La implementación de Almas fue también muy compleja, porque cada espacio requería de un tratamiento diferente y todas eran instalaciones muy frágiles y sensibles. Las pequeñas figuras de metal de Ombre Ange y Ombre Bougies, y las velas situadas junto a ellas; el ventilador que mueve sútilmente los velos en la obra Eyes; el marcador electrónico que cuenta los segundos de la vida del artista en Dernière Seconde… Todo necesitaba de una precisión milimétrica y de una mantención constante.
Boltanski y el desierto
Una de las grandes diferencias de esta muestra con otras que se habían hecho en el mundo fue que Boltanski presentó una obra inédita, una instalación hecha en San Pedro de Atacama que se transmitió en línea al museo. “Yo creo que se enamoró de Chile por la cosa enigmática que tiene el desierto, eso fue lo que lo motivó a hacer ese trabajo”, cuenta Farriol.
Animitas fue el nombre de la puesta en escena, una intervención que hizo en la comunidad atacameña de Talabre, a los pies del volcán Láscar. Ahí, en medio del desierto más árido del mundo, instaló cientos de campanas japonesas de fierro fundido, bronce y cobre, que cuelgan de delgadas barras metálicas. La ubicación de estas campanas fue guiada por un mapa estelar de la noche en que nació el artista, el 6 de septiembre de 1944. “Esta relación entre nacimiento y conmemoración a través del sonido refleja el ciclo de la vida y transforma el lugar, que el artista visualiza como su propia tumba, y también como la tumba de todos”, escribió Beatriz Bustos, la curadora.
Esta obra se transformó en su tercer Monumento a la Humanidad, instalaciones permanentes que ha hecho en otros lugares del mundo. La primera fue La Biblioteca de latidos de corazón en la Isla Teshima en Japón –donde ya tiene archivados más de 40 mil latidos de corazón recolectados por el mundo– y luego vino La vida de C.B., una filmación constante de cada segundo de la vida del artista en su estudio, que se transmite en vivo al Museum of Old and New Art en Tasmania, y que fue concebida como una apuesta con el empresario australiano David Walsh, quien dijo que Boltanski moriría en ocho años. Como siempre en su obra, se repiten los conceptos de vida y muerte, ausencia y presencia. Como dice el artista: “El arte es hacer preguntas que no tienen respuestas”.