Guy Wenborne viene llegando de una navegación en velero por dos semanas entre Caleta Tortel y Puerto Natales. “Ahí nos encontramos con lugares bastante limpios, sin basura, donde tienes la sensación de que nadie ha estado en mucho tiempo”, dice. Esos rincones recónditos de la naturaleza chilena se parecen a los que lo maravillaron cuando niño: “Mi abuelo tenía en su casa en Villarrica la colección más grande que he visto de National Geographic. Ojear esas revistas, ver esas aventuras, la mezcla de lugares salvajes y sus culturas me marcó”, dice.
Fue junto a su abuelo, Jorge Wenborne, “un piloto que también era un explorador al que le gustaba la pesca y la caza”, con quien Guy realizó sus primeras expediciones. “Tomábamos un avión para llegar donde no había caminos, nos subíamos a un bote y salíamos a pescar salmones para después hacer fuego en una playa”, recuerda. En esas salidas al Lago Yelcho, Puerto Cárdenas y el Lago Tromen, su abuelo Jorge llevaba siempre una cámara y fotografiarse era el momento más formal: “Había que elegir el lugar y arreglarse. Tomábamos fotos de los paisajes, de las piezas que habíamos pescado”, dice.
Guy es hijo único de los arquitectos Patricio Wenborne y Elizabeth Hughes, y de ellos heredó el gusto por la belleza y el compromiso con “hacer bien lo que a uno le gusta”. Pero él nunca quiso ser arquitecto o estudiar una carrera profesional. “Soy bastante porro”, confiesa riéndose. En 1987 entró a estudiar Ingeniería en Administración Agroindustrial al IPS, pero después de dos años sintió que el taxímetro de su vida estaba corriendo. “Dije: me las voy a jugar y voy a hacer de mi hobby, que eran las fotos, algo más serio”.
En 1989 cuando pololeaba con Josefina García Huidobro, su actual señora, viajaron a Punta Arenas y en la aduana de Puesco, en el Paso Mamuil Mamal, Guy puso por primera vez en su pasaporte que era fotógrafo. Antes había sacado fotos en el colegio, pero nada serio. “El año 1981 me regalaron mi primera cámara, en el Reifschneider de Agustinas compramos una Canon A1 que costaba $9.000”, recuerda. Pero siempre quedó atravesado por querer una Nikon y unos años después se cambió de marca; desde entonces se confiesa un “nikonmaníaco”.
“Le vendí la pomada a todos los amigos de mis papás en una época en que los arquitectos creían que hacían buenas fotos de sus obras ellos mismos, hasta que yo les demostré lo contrario. Ellos son buenos para hacer arquitectura, pero la fotografía hay que dejársela a los fotógrafos”, dice.
Sus primeros clientes fueron Enrique Brown, Eduardo San Martín, Germán del Sol y Christian de Groote.
“Trabajar con arquitectos es una tremenda enseñanza, requiere mucha disciplina y te hace sacar lo mejor de ti y tu oficio. Tienes que guardarte tu ego fotográfico y entender que estás prestando un servicio y estás retratando el arte de otro artista. En la medida en que le mostraba a un arquitecto cosas que él no había visto de su propia obra, yo sentía que era un aporte. Eso me lo demostró Germán del Sol comentándome que algunos ángulos de obras suyas él nunca los había visto”, dice.
Pero el objetivo de Guy siempre fue la naturaleza prístina. “Estar expuesto a lugares que nadie ha estado y ser testigo de eso”. Cuando le pregunto si el oficio de fotógrafo es solitario, responde que es una gran terapia. “Soy una persona muy tímida y la fotografía es mi forma de comunicarme con el mundo, me considero un transmisor de imágenes o experiencias”.
CHILE DESDE EL AIRE
Desde chico Guy estuvo arriba de los aviones porque su papá y abuelo piloteaban. “Volar y tener la percepción del territorio desde el aire ha estado siempre en mí. Si no fuera fotógrafo, sería piloto. Es que desde el aire se ingresa a la dimensión geográfica en la que todo lo que es humano desaparece y empieza a aparecer la escala geográfica”, dice.
Y así lo ha plasmado en sus libros. El primero fue Chile desde lo alto, que publicó el año 2000 y desde entonces no ha dejado de publicar sus fotos. Ha retratado volcanes, ríos y parques nacionales en ediciones de lujo. Pero también ha visto ciudades como nunca nadie las había visto. “Una de las cosas que me interesaba de Santiago desde el aire era hacer entender al santiaguino dónde estamos insertos. En un valle rodeado de cerros y con cerros metidos dentro de la ciudad. Me interesaba contextualizar dónde habitamos desde una escala geográfica mayor”, dice.
¿Cómo definirías el territorio chileno?
Hay una frase de Vicente Huidobro que dice que los cuatro puntos cardinales en Chile son sólo el norte y el sur. Nos estamos siempre cayendo al mar. Somos como una alfombra arrugada, todo sube y baja, en Chile lo plano es muy escaso. Estar frente a un paisaje es hacer un análisis en una fracción de segundo. Para mí es una tremenda experiencia verse disminuido frente a los fenómenos naturales. Es una lección de humildad que me parece muy necesaria para los tiempos actuales.
¿Tienes un lugar favorito de Chile?
Estoy muy enganchado con Campos de Hielo Sur y el Archipiélago. Es el territorio menos conocido y menos valorado de Chile y tiene una importancia a nivel mundial. Tenemos una responsabilidad de preservar ese territorio, y la fotografía también es un modo de registrar un paisaje que puede ser vulnerable a la mano del hombre.
“Creo que actualmente los fotógrafos estamos quedándonos sin pega. Se ha democratizado la fotografía y lo encuentro genial, porque ha puesto en la gente común hacer muy buenos registros. Este año me tocó ser jurado de un concurso que organiza el blog Ladera Sur y cuando estuve revisando el material, tuve la sensación que los fotógrafos de naturaleza podíamos quedarnos sin pega porque hay gente haciendo muy buenas fotografías. Quizás sería un buen momento de retirarse y dedicarme al campo”, dice. Pero su agenda dice otra cosa, porque Guy ya tiene planeada su siguiente expedición.