Verónica González se mueve con una facilidad impresionante entre el grabado, la orfebrería, el bordado, la acuarela… Y logra hacerlo sin perder su esencia, manteniendo ese sello tan propio en todas sus obras. Naturaleza y memoria, la exposición que presentó en abril y mayo de este año en la galería Sextante en Bogotá –ciudad donde vive hace cinco años– fue la perfecta muestra de esto. “Mis sedas, papeles, grabados y otros materiales reflexionan por su propia capacidad para representar mi historia y sus territorialidades, para dar cuenta de sus identidades y contradicciones, distanciándose de la contemplación e implicándose en la acción: registrar, rasgar, tejer, hilar y superponer son algunos de los medios que uso para valorar el proceso en mi obra y entregarle al espectador una experiencia táctil, visual, sonora y olfativa”, cuenta.
Tu obra se caracteriza por el uso de distintas técnicas y materiales, ¿cómo nace esa necesidad?
Básicamente porque me entretiene buscar hasta encontrar y permanentemente se me ocurren materiales y nuevas ideas. La costura me ha gustado siempre, me encanta bordar y coser; la orfebrería se dio por mi formación como grabadora, he trabajado el cobre y el aluminio desde que estaba en la escuela de Arte. Y la seda entró a mi obra como una necesidad de reemplazar al papel. Ultimamente he utilizado también telas estilo brocato, que logran dar ese carácter de objeto encontrado, de remembranza, que está presente en mi trabajo. Por último, el grabado: ¡lo adoro! Me especialicé en esa disciplina y es donde siento que tengo una gran fortaleza. Es mi manera de dibujar, de pintar, de fragmentar y de serializar. He llevado el grabado por nuevos caminos, lo utilizo de mil maneras, muchas de ellas muy alejadas de lo convencional.
La naturaleza también cumple un rol fundamental en tu obra…
Sí, es mi fuente de inspiración. Es un encuentro permanente, gozo con el olor a tierra, con las hojas, con una flor, con un museo de historia natural, con la botánica; ha sido desde siempre así, ahí está lo que me motiva. Recolecto sus formas, las archivo y formo la enciclopedia de imágenes con la que trabajo.
¿Sabes de dónde viene esa conexión?
Desde chica viví en el campo, en Padre Hurtado, camino a Melipilla y todos mis recuerdos de infancia están ligados a la naturaleza. Mi familia es fanática de la vela y del mar, por lo que también el mundo marino me atrae de manera muy especial. Hoy vivo a las afueras de Bogotá, en un lugar que es un sueño. El paisaje es como el del sur de Chile, pero muchísimo más verde. Mi taller mira a este paisaje, lo que para mí es fantástico. Recolecto las bolsas de hojas que recogen los jardineros y las manejo en el taller, para olerlas, observarlas, tocarlas, sentirlas…
¿Cómo ha sido la evolución de tu obra?
Ha sido muy gradual y especial. He ido poco a poco encontrándome de manera honesta y definitiva con lo que son mis reales motivaciones y con lo que quiero plasmar en la obra. La madurez de uno como ser humano va absolutamente de la mano, para mi gusto, con la madurez de la obra. He ido rescatando elementos que usaba antes, algunos colores y formas, para llegar hoy a una obra que refleja mayor madurez, que siento muy propia, que me identifica plenamente. Eso hace que en el proceso creativo las obras fluyan fácilmente, nada forzado ni copiado, sino que nazcan desde tu verdadero interior.
Verónica ya está trabajando en nuevos proyectos. En noviembre expondrá en Barranquilla y en diciembre estará en la feria Spectrum en Miami, encuentro que se realiza al mismo tiempo que Art Basel. Y aunque todavía falta para poder verla en nuestro país –su última muestra en Chile fue en octubre del 2013–, ya está empezando a desarrollar la exposición que presentará el 2017 en la galería Artespacio. Sólo queda esperar.