Probablemente todos jugamos con plasticina cuando chicos. De esas de colores, que venían en forma de tubo, envueltas en una capa de plástico bien delgada para que no se secara. Arboles, flores, montañas y personas, todos moldeados con mucha expectación y poca paciencia. Jacinta Besa, artista de la Universidad Católica, empezó a trabajar con ese mismo material mientras todavía estaba estudiando. Primero hizo una serie de retratos de personajes icono del siglo XX para hablar acerca del “manoseo” de la imagen –con uno del Che Guevara igual al que se ve en posters y poleras alrededor del mundo– y después fue evolucionando hacia obras inspiradas en paisajes oníricos, que sigue trabajando hasta hoy.
Al escucharla hablar, rápido y casi sin pausas, cuesta imaginársela sentada amasando minusiosamente sus plasticinas. Dice que para algunas cosas no tiene nada de paciencia, pero en su taller, con el televisor prendido para sentirse acompañada, se suelta y se relaja. Su trabajo es realmente un sueño. Pasa horas mezclando colores hasta que logra crear todas las gamas de gris necesario para hacer ese conejo que tiene en la mente, o los fucsias y rosados exactos para darle vida a un gran magnolio en flor. Tiene sólo dos plasticinas verdes: una clara y una oscura, y con esas dos es capaz de crear todos los tonos que se encuentran en un olivo. “Lo que aprendí en la universidad sobre color lo aplicó acá, y eso es lo que más trabajo. Yo en el fondo igual pinto, pero pinto con plasticina”, cuenta. Para armar la obra, primero crea un collage digital para tener de referencia, y después crea todos los colores y empieza a armar, por partes, sus universos soñados. Si bien el tema del color lo aprendió en la universidad, el comportamiento del material ha sido pura prueba y error, porque no hay muchos estudios en el tema.
Una constante en su trabajo son los paisajes oníricos. Empezó a trabajar este tema para su examen de grado el 2010, gracias al estudio de la simbología de los sueños de Carl Jung. “Cada cuadro tiene una historia, un símbolo y eso da muchas opciones para hacer cualquier cosa. Todo tiene un sentido y depende de cada persona qué es lo que uno se imagina”, explica. Por eso no le gusta dar demasiadas luces sobre el significado de sus obras. También ha trabajado una línea de cuadros de animales chilenos que, aunque son un poco más naif, le encantan, y desde que estaba estudiando hace retratos a pedido: uno le manda un par de fotos y ella crea reproducciones monocromáticas (en blanco y negro, turquesa, rojo o en el color que uno elija) que son casi como ver la foto, pero en plasticina.
Durante octubre va a hacer una venta de una serie de obras en pequeño formato, para prepararse para su participación en la Bienal de Florencia, a fines de noviembre. Hasta allá llevará uno de sus cuadros, un díptico con un paisaje onírico, fiel representante de su trabajo. “Yo hago lo que me gusta y eso es lo mejor”, remata.
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