Analíticos, ambos piensan con calma antes de hablar y de sus bocas salen palabras en español teñidas de francés o, para ser más precisos, palabras en francés matizadas de español. Altos, sobre el promedio, y con un rostro que los delata como familia, a estos arquitectos los une algo aún más potente que los lazos sanguíneos o la profesión, a ellos los conecta el ímpetu por el arte, pasión que los levanta y los mueve a diario. Carlos Jullian de la Fuente y su hija Anne-Laure son cómplices en una aventura que se impusieron hace muchos años; padre e hija han estudiado y experimentado el arte libre e intensamente.
A principios de este año, como cuenta el propio Carlos, conversando sobre sus trabajos, orígenes y trayectoria decidieron unir fuerzas y exponer juntos. “Dijimos: ‘Avanti tutta, es hora de abrir la ventana y dar a conocer nuestra obra, porque cada una de ellas no sólo dice algo sino que también abre múltiples horizontes’”.
Y así fue. Se pusieron a trabajar, golpearon puertas y como resultado el próximo 9 de octubre inaugurarán la muestra Trajectoires – Trayectorias, la que estará abierta al público hasta el 24 de este mes en La Posada del Corregidor, monumento histórico nacional construido a mediados del siglo XVIII, que según ambos expositores, le da un twist a la muestra, ya que le suma historia, le suma Santiago y le suma Chile a este par de compatriotas que han mirado su tierra por muchos años desde lejos.
Cajonera
Hace más de 40 años que Carlos dejó nuestro país. Luego de egresar de los Padres Franceses y de estudiar durante ocho meses en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, decidió seguir los pasos de su hermano Guillermo –casi 20 años mayor que él, destacado arquitecto y estrecho colaborador de Le Corbusier en París– y despegar a la capital francesa. Voló alto y llegó lejos, porque allá se tituló de arquitecto en la Escuela de Bellas Artes, hizo familia, crió a sus tres hijos y formó su oficina de arquitectura, desarrollando una serie de proyectos en Europa, principalmente ligados a la educación, como L’Université de Franche-Comté (UFC), obra cuya envergadura le tomó más de dos décadas de trabajo.
Sus primeros pasos profesionales los dio junto a su hermano y de él aprendió el amor por el arte y la arquitectura, el gusto por los viajes y por el trabajo bien hecho y a optar por hacer poco, pero bien. De él también aprendió de la cultura arquitectónica europea y, por supuesto, sobre Le Corbusier. De hecho en su época universitaria, Carlos vivió en el propio departamento del renombrado arquitecto. El alojamiento se le otorgaba a modo de canje por su labor ordenando archivos de la fundación del dueño del techo que lo albergaba: Charles Édouard Jeanneret-Gris, más conocido, a partir de la década de 1920, como Le Corbusier.
Todas estas historias las ha oído muchas veces Anne-Laure, y siempre vibró con ellas. Todos los domingos, a las 10 de la mañana partía junto a su padre a recorrer París en busca de una exposición. Hoy a sus 34 años, cada vez que coinciden un domingo, repiten la tradición. Ella también estudió Arquitectura, pero lo suyo va más ligado al tema escenográfico, tendencia que le atribuye a su madre, profesora de literatura francesa y amante de la danza y el teatro. “Soy una mezcla entre mi padre y mi madre, de él heredé la espacialidad, de ella el movimiento y como resultado, surgió mi pasión por la escenografía”.
Ciudadana del mundo, Anne-Laure ha vivido en los más diversos lugares en busca de su destino. París, Mozambique, Guadalupe (en las Antillas Francesas), Vietnam, Berlín y desde marzo del año pasado en Chile, país al que siempre se sintió muy ligada. “Desde niña en mi pieza hubo una bandera chilena colgada y no me perdía partido del Chino Ríos. Sus triunfos los celebraba como una chilena de corazón”.
Actualmente trabaja en el Consejo de la Cultura, está realizando un diplomado de Diseño y Espacio Escenográfico en la Universidad Católica y colabora con el escenógrafo, artista visual y escultor Eduardo Jiménez. Aun así le queda tiempo para sus collages, arte que practica hace años y que según ella nació de su caprichosa necesidad de hacer algo con las manos. “Debo estar siempre ocupándome en algo, y mejor aún si es con revistas, recortes, pegamento y tijera. Mis collages, cuyo tema más recurrente es la danza, surgieron de manera espontánea”.
Según Carlos, la obra de su hija puede llevarla muy lejos porque es coherencia pura, continuidad y esfuerzo. Su propio trabajo lo define como una serie de cajones que están dentro de un gran cajón. Sin duda la arquitectura es su casilla principal y más grande, pero reconoce que tiene muchas otras, donde cabe la pintura al óleo, la acuarela, el collage, la escultura y el dibujo. Es más, de un tiempo a esta parte, estos cajones permanecen bastante más abiertos que el de su profesión, ya que la burocracia europea terminó por cansarlo. “Tardan años en aprobar un proyecto y son kilos y kilos de papeles que terminan por enterrar el entusiasmo”.
Padre e hija se complementan y se potencian. Trajectoires será un testimonio de ello, algo personal que habrá que observar con atención, una cultura regenerada por cada uno y a su manera.
Hasta el 24 de octubre en la Posada del Corregidor, Esmeralda 749, Santiago.