Nació por una iniciativa personal. María Teresa Petric –presidenta de la Fundación Patrimonio Creativo– es una amante del arte y en cada viaje que hizo a Europa para ver a su hija que se dedica a la danza, se dio cuenta que la vida del artista es demasiado difícil y los proyectos siempre estaban sujetos a lo comercial. Habló con su marido, Rodrigo Peón-Veiga –un exitoso empresario de transporte– y pensaron en hacer un espacio para que los artistas crearan sin presiones y donde además tuvieran una residencia estable. Así se gestó el Centro de Creación Artística y Residencia NAVE.
Declarado Zona Típica en 2009, el barrio Yungay fue el lugar elegido para levantar el sueño de la familia Peón-Veiga Petric. Conocido como el primer barrio republicano de Chile y la cuna de la aristocracia criolla en el siglo XIX, el sector ha sabido mantener su identidad y conservar su patrimonio, transformándose en polo de interés para diversas actividades. Tras cinco años de intensos trabajos, el mes pasado fue inaugurado NAVE en la esquina de Libertad con Compañía. Se trata de un proyecto arquitectónico que dialoga con el entorno; ocho casonas de principios del siglo XX destrozadas por varios incendios y el terremoto de 2010 sirvieron para armar el caparazón del centro cultural. “Luego de reforzar la fachada nos hicimos cargo de su restauración, que fue todo un trabajo manual. Sacamos moldes de las cornisas y yeserías con artesanos especializados y la fuimos reconstruyendo”, comenta Felipe Gordo, de la constructora a cargo del proyecto.
Si por fuera la estructura tiene un toque clásico, en su interior el recinto es vanguardista; líneas simples y diseño innovador estuvieron a cargo del arquitecto Smiljan Radic, amigo de la familia Peón-Veiga Petric. Una particularidad del proceso fue que no se permitió el ingreso de ninguna grúa “porque no se podía romper nada de la fachada, fue una obra hecha a pulso. Se hizo todo con maquinaria menor, un trabajo a lo egipcio”, puntualiza Gordo.
En total son más de dos mil metros cuadrados. El espacio principal, bautizado como Sala Negra, es amplio y versátil y en él convergen graderías retráctiles con capacidad para 146 espectadores y un escenario plano, a ras de suelo –rompiendo la lógica de la escenografía del teatro italiano–, que permite una fácil adaptación según el tipo de espectáculo que se monte. Es quizás esa versatilidad el mayor rasgo distintivo de NAVE. La mayoría de los espacios están pensados para diferentes tipos de actividades para que los artistas no tengan limitaciones a la hora de exhibir sus presentaciones.
Entrar a NAVE sugiere un paseo y una invitación a descubrir sus espacios versátiles y conexos entre sí. La Sala Negra tiene una estructura basada en muros y vigas de hormigón armado, las cuales imitan la textura de las tablas de madera que revisten el otro extremo de la sala, para dar una sensación de liviandad en la materialidad del lugar, y una viga principal postensada que la cruza. El lugar cuenta con un sofisticado sistema de iluminación y sonido, los que pueden regularse a través de las paredes y cortinas corredizas de fieltro aislante que mantienen el sonido y controlan el ingreso de luz natural.
Frente a las graderías se encuentra la Sala Blanca, que con sus 130 m2 pretende ser un lugar reservado para los ensayos, talleres y trabajo práctico. Equipada con un piso profesional para danza que fue fabricado en el extranjero exclusivamente para el lugar, este espacio destaca por su luminosidad natural gracias a las lucarnas instaladas en el cielo.
La segunda planta de NAVE está totalmente destinada al uso residencial y creativo de los artistas. Es en estos espacios donde hubo más recuperación de la estructura original de las casas: molduras, yesería, marcos y puertas talladas, cielos altos y revestimientos de madera. Las dos salas de ensayo, de 65 m2 y 50 m2 respectivamente, cuentan con el parquet original y están equipadas con un sistema de sonido especial.
En el mismo nivel se encuentran las habitaciones de los artistas, residencia que cuenta con diez camas, cocina, baños y espacios comunes. Materiales como el metal, la madera y el vidrio crean una atmósfera pulcra y acogedora. En estos espacios, destaca María José Cifuentes, directora ejecutiva de NAVE, se hizo una recuperación a mano: vigas, vidrios, ventanas, postigos y molduras. Todo está perfectamente restaurado y mantenido. Debajo de la residencia y en un patio interior se ubican los camarines, donde quizás el elemento que más destaca es el piso de baldosas Córdova con un modelo que justamente se llama igual que el centro cultural: nave.
Coronando esta estructura de fachada neoclásica hay una azotea de 750 m2 con una espectacular vista a las dos cordilleras y una carpa de circo hecha a mano. Un elemento que le da color y nuevamente hace un guiño al barrio, buscando mantener su esencia y aportando en su identidad.
Un proyecto en el que en todo momento participó la familia financista, ya sea viendo detalles en obra, como fue el caso de Rodrigo Peón-Veiga o la iluminación, pensada y proyectada por su hija arquitecta. La decoración de la residencia estuvo a cargo de María Teresa Petric, quien admite que el resultado fue más bien casual. “Sólo se pensó en un acompañamiento práctico y funcional. Nunca compro algo para determinado lugar, sino al revés, compro lo que me llama la atención y que siento no puedo dejar pasar, como un hallazgo, y con el tiempo lo ubico. Es como una obsesión, siempre buscando, cachureando”, admite.